A lo largo del S. XV los navegantes portugueses exploraron la costa oriental de África rumbo al Sur. Cada vez se alejaban más de Europa. Su objetivo era bordear todo este continente, llegar a la India y, desde allí, alcanzar las tierras donde se daban las codiciadas y carísimas especias asiáticas. Así estuvieron desde 1.434 hasta 1.488, años en los que, respectivamente, llegaron al cabo Bojador (casi frente a la Islas Canarias) y al cabo de Buena Esperanza. Portugal obtuvo gracias a sus exploraciones en África, oro, especias y esclavos.
El éxito de Colón en 1.492 dio lugar a que la Corona castellana estableciera pequeñas factorías en el Caribe e iniciara la exploración de sus islas, así como la de Centroamérica y las vecinas costas de América del Sur. Mientras se iban explorando nuevos territorios desconocidos para los europeos gracias a pequeñas expediciones subvencionada por la Corona, en las zonas descubiertas se establecían grupos de colonizadores, que se beneficiaban del trabajo gratuito de los nativos en las minas de oro y en las explotaciones agrícolas.
Hacia 1.530, los españoles sojuzgaron a los dos grande imperios americanos: el azteca, de la meseta mexicana; y el inca, del Perú, estableciendo dos virreinatos, cuyas respectivas capitales eran México y Lima, que constituyeron los dos núcleos centrales en torno a los que giró la explotación del nuevo continente.
La ruta marítima entre Europa y América era bien conocida y segura. Libre por el momento de piratas pero, sobre todo, de turcos, se iniciaba en Sanlúcar de Barrameda, " donde el río Guadalquivir entra en el mar Océano ", para seguir derrota hacia las Islas Canarias. Dice el cronista Fernando de Oviedo:

"Allá tocan una o dos de aquellas siete que son, y es en Gran Canaria o en la Gomera; y allí los navíos toman refresco de agua y leña y queso y carnes frescas, yo otras cosas, las que les parecen que deben añadir sobre el principal bastimento, que ya desde España llevan."

Corren los últimos años del S.XV. Ya son fábulas las riquezas de las Indias. Dicen que Colón, ese extanjero, a su regreso, recorrió los caminos de España con una fastuosa comitiva de tesoros, animales e indígenas de piel cobriza. Son miles los voluntarios para la próxima expedición. Más tarde el interés oscilará: tras una expedición con éxito abundarán los voluntarios; por el contrario, tras una expedición fracasada, nadie querrá cruzar el Océano Atlántico.
Sevilla es la llave de las Indias: el único puerto autorizado para armar expediciones. Sólo pueden dirigirse a las Indias navíos castellanos autorizados. La ciudad ha crecido de forma espectacular. En el Guadalquivir se agolpan los navíos y los mercaderes. Marineros y pueblerinos que esperan su oportunidad sueñan con conquistas y aventuras. La Casa de Contratación controla celosamente todas las expediciones: los funcionarios de la Corona están sobre aviso para evitar trampas y chatajes.
Hay flortas regulares de comercio, pasajeros y pertrechos. Y hay expediciones descubridoras: unas a sueldo de la Corona; otras, organizadas por particulares. En estas últimas es necesario fiarse de que el capitán pague o dé la parte correspondiente de botín o de rescate, pues los marineros van "proveidos" a costa del capitán. Este, por su parte, ha firmado un acuerdo o capitulación con el rey o con sus representantes. Dice algo así:

" Damos licencia a vos el dicho comendador Alonso Vélez de Mendoça para que con cuantro navíos os vayades a vuestra costa en minsyón por el dicho mar Oçeano a descubrir e descubrais yslas e tierra firme a las partes de las Yndias..."

No puede ser marinero cualquiera. Hay que ser castellano (" natural destos reynos ") y cristiano viejo. Desde 1.503, la Casa de Contratación, encargada de seleccionar a los pasajeros, exige reputación intachable y probados sentimientos religiosos. Excluye a conversos y musulmanes. Existen severas penas para quienes embarquen sin autorización, pero todo el mundo sabe que también existen mil maneras de esconderse y de burlar las leyes.
Hay muchos que desean huir, ya sea de un amo cruel, de un delito, de una situación de miseria, o de una mujer. Pero,
¡ cuidado si quieres abandonar a tu familia ! Porque si se descubre que estás casado, precisas de un permiso dado por tu mujer ante notario, válido sólo por tres años.
Los que llevan el peso de toda la expedición son, claro está, los marineros y los grumetes: los " profesionales ". Pero embarcan muchos más, con funciones diversas, aunque necesarias.

Tambié quienes va a Indias para trabajar o residir allá, y en la travesía no dan ni golpe.
En el primer viaje de Colón pocos eran los no profesionales. Vamos a verlo según datos aproximados, pues ni siquiera sabemos con certeza si fueron 90, 100 o 120 los tripulantes.
- La Santa María llevaba la parecer once marineros, diez grumetes y doce personas más (el propietario, el piloto, el escribano, el intérprete, el médico y siete oficiales).
- La Pinta, diez marineros, ocho grumetes y otros siete hombres más (capitán, maestre, propietario, piloto, médico y tres oficiales).
- La Niña, ocho marineros, seis grumetes y otros siete tripulantes (capitán, maestre, propietario, piloto, médico y otros tres oficiales).
Es decir, de cada diez tripulantes, seis eran profesionales de la mar y cuatro no. Pero fue aquella una expedición muy reducida, en la que apenas si había especialistas o artesanos, y en la cual no figuraba ningún soldado, ningún religioso ni ninguna mujer.
En otras expediciones aumentará el número de " gente de tierra ". Así, en la flota de diecisiete navíos del segundo viaje de Colón, que partió de Cádiz en septiembre de 1.493, fueron 500 marineros, 700 pasajeros y 300 " imprevistos" que se habían escondido a bordo. Seguro que entre ellos iban también mujeres.
En la expedición de Magallanes que dio la vuelta al mundo en 1.520, los tripulantes de sus cinco barcos tenían las siguientes profesiones:
- Capitán mayor.
- Capitanes pilotos (4) y pilotos (5).
- Contramaestres (5) y maestres (5).
- Alguaciles (2).
- Cirujano (1) y barberos (93).
- Carpinteros (5).
- Despenseros (5).
- Calafates (5).
- Toneleros (3).
- Marineros (47), grumetes (47) y pajes     (11).
- Lombarderos (11).
- Criados (24).
- Sobresalientes (20).
- Clérigos (4).
- Merinos (4).
- Armero (1) y herreros (3).
- Lenguaraz (1).
- Contador (1).
- Hombre de armas (1).
Sumados capitanes, pilotos, maestres, contramaestres, marineros, grumetes y pajes, nos dan un total del 125 "expertos" frente a los 265 embarcados, es decir, menos de la mitad. Entre los marinos se esconde mucha gente sin trabajo o que escapa de la justicia. Además, si no se encontraban bastantes tripulantes podían hacerse levas forzosas, obligando por las buenas o por las malas a los infelices que circulaban por una calle a subir a bordo y hacerse marineros.
Olvidemos a estos infelices y pasemos a los marinos de profesión. Pajes y grumetes son los aprendices de lobos de mar. Tienen de 13 a 17 años los primeros y de 18 a 20 los segundos. Igual trepan por los palos que arrían velas, preparan la comida o friegan la cubierta. Son criados para todo, con frecuencia a merced de los caprichos de los marineros veteranos. Sin embargo, como es habitual que varios miembros de la misma familia embarquen juntos, aunque el paje fuese un pequeñajo había que andarse con ojo para no ganarse la antipatía de un fornido y veterano piloto, tal vez, su hermano o su tío.
El maestre o capitán lleva el mando del buque; el piloto está encargado de la ruta, del rumbo, del cálculo de la posición. El contramaestre depende de ambos y distribuye el trabajo a bordo. El escribano anota los rescates, la carga y actúa de notario. El veedor (cargo importante y codiciado) lleva las cuentas y tiene la obligación de hacer cumplir las múltiples normas y ordenanzas, llevando la relación de personas, mercancías y gastos, con las consiguientes posibilidades de hacer trampas y enriquecerse. El tonelero cuida de toneles y pipas, asegurando el aprovisionamiento de agua; calafates, carpinteros y buzos se ocupan del casco del navío, sobre todo en las escalas. Los cirujanos solían ser barberos con alguna experiencia en traumatología práctica y buena voluntad, que no ciencia.
Subir todos los pertrechos a bordo, "aparejar los navíos", constituía un abigarrado y pintoresco espectáculo en Sevilla. Mientras se reparan, limpian, carenan y pintan los barcos, comienzan a entrar en sus bodegas barriles, toneles, cajas, fardos y sacos con provisiones, animales, objetos y mercancías variadas. Tengamos en cuenta que durante los treinta días de travesía apenas si se pesca algo o se caza algún pájaro, y la mayor parte de lo que se come y se bebe debe llevarse a bordo.
Cristóbal Colón cargó en 1.492 sus tres navíos con víveres para quince meses y agua para seis. Como sólo tardaron un mes en llegar a las supuestas Indias, los expedicionarios pudieron sufrir el miedo a lo desconocido, pero no al hambre ni la sed. Más adelante, la ración diaria por pasajero solía ser de 1,5 a 2 libras de bizcocho o galleta, de 0,5 s 1 libra de tasajo o carne salada, 0,25 libras de arroz o legumbres secas, 1 litro de agua, 3/4 de litro de vino, 50 gramos de vinagre y 1/4 de litro de aceite. Según estos promedios, el peso total de víveres para cuatro meses y de agua para uno era de unos 500 kilos por cabeza. Según el historiador Chaunu, un navío de 30 toneladas con una tripulación de 15 hombres, en navegación europea, perdía 7,5 toneladas de espacio para cubrir las necesidades de la tripulación. Pero en una expedición de descubrimiento, con 30 tripulantes, este espacio se transformaba en 22,5 toneladas, es decir, todo el disponible en el navío.
Conocemos muchas listas de los "bastimentos" o productos alimenticios que se embarcaban y ya hemos indicado algunos productos clave, como el bizcocho o galleta, el tasajo, el arroz, las legumbres secas, el vino… ¡y el agua! Veamos ahora un caso concreto. En la expedición de Magallanes, las cantidades embarcadas (el fondo común, no la despensa privada de capitanes y oficiales) para 265 expedicionarios fueron estas:
1º.- Ajos, 250 ristras.
2º.- Alcaparras, una jarra.
3º.- Almendras con cáscara, nueve fanegas y 36 celemines.
4º.- Anchoas, 150 barriles.
5º.- Arroz, 222 libras.
6º.- Azúcar, 272 libras.
7º.- Bastina seca para pescado, 14 arrobas.
8º.- Bizcocho, 2.078 quintales, 12 arrobas y 75 libras.
9º.- Carne de membrillo, 70 cajas.
10º.- Ciruelas pasas, 200 libras.
11º.- Garbanzos, nueve botas y 82 fanegas y media.
12º.- Habas, 42 fanegas y media.
13º.- Harina, cinco pipas.
14º.- Higos, 16 seras y 16 quintales.
15º.- Lentejas, 24 celemines.
16º.- Miel, 39 botijas y media, 46,5 arrobas y 2 libras.
17º.- Mostaza, 18 jarras.
18º.- Pasas de sol y lejía, 75 arrobas.
19º.- Pescado seco y bastina, 245 docenas.
20.- Quesos, 111 arrobas y 42 libras.
21º.- Sardinas blancas para pescar, cinco jarras con 10.000 sardinas en total.
22º.- Tocino añejo, 227 arrobas y 37 libras.
23º.- Vacas, 6.
Las medidas que se empleaban en el S. XVI no se parecen mucho a las actuales. Hoy resulta fácil comparar magnitudes, pero entonces resultaba complejo, pues los nombres variaban y una misma medida (la vara, la libra) podían tener distinto valor en las diversas regiones de España. Una arroba podía pesar 25 libras (11 kilogramos y 52 gramos); una pipa solía equivaler a 484 litros; la bota es una cuba para líquidos, con diversas capacidades; la botija es simplemente una vasija de barro de cuello corto.
Van subiendo a bordo, rumbo a la bodega, en procesión interminable, no sólo los "bastimentos" sino también todo tipo de objetos que crearán un pequeño mundo doméstico sobre las olas, y que permitirán la conquista, el comercio o el asentamiento. Volvamos a las cinco naves de la expedición de Magallanes y veamos todo lo que en ellas se embarca:
Armas: 100 coseletes con armadura de brazos, espalderas y capacetes; 100 petos con barbotes y casquetes; 6 ballestas, 50 escopetas, 200 rodelas, 6 hojas de espada, 95 docenas de dardos y 95 de gorguces, 1.000 lanzas, 200 picas, 6 chuzas y 6 astas de lanza.

Artillería: 58 bersos, 7 falcones, 3 lombardas y 3 pasamuras.
Instrumentos náuticos: 25 cartas de marear, 6 pares de compases, 21 cuadrantes, 6 astrolabios de metal y 1 de madera, 35 agujas de marear y 18 relojes de arena.
Mercancías para rescate: azogue, bermellón, alumbre, 30 piezas de paños de colores, azafrán, grana de Valencia, peines, cobre en pasta, manillas de latón y de bronce, 20.000 cascabeles, 400 docenas de cuchillos de Alemania, 50 docenas de tijeras, 1.000 espejos pequeños, 500 libras de cristales de colores. Pólvora y municiones: sin especificar.
Útiles varios: entre ellos, 5 ollas grandes de cobre, 5 calderas grandes de cobre, 2 hornos, candelas de sebo, pábilo, 80 linternas, 40 carretadas de leña, 40 varas de cañamazo para manteles, 94 gamellas, 100 galledas, 200 escudillas, 66 platos de palo, martillos, candados, 50 azadas y azadones, hierro en barra, 128 esteras, espuertas, serones, chinchos, 10.500 anzuelos, una fragua con su aparejo, tambores, panderos, lonas, sacos de cáñamo, sierras, 417 pipas de vino y agua, 253 botas, 129 botijas, medicinas, ungüentos, aguas destiladas, 15 libros blancos, 80 banderas.
¿A cuánto ascendía, pues, el coste de una expedición como la de Magallanes? A casi nueve millones de maravedíes, distribuidos así:
*Los barcos, incluyendo aparejos, artillería, pólvora y armas, 3.912.241 maravedíes (el 44% del total).
*Las "cosas de despensa y aparejos de pesquería", cartas e instrumentos náuticos, 415.060 maravedíes (el 5%).
*Los comestibles y bebida, 1.585.551 maravedíes (el 18%).
*Los salarios de 237 personas durante cuatro meses, incluyendo a capitanes y oficiales, suponían el 13% del total.
*Las "mercaderías para rescate y ropas de seda y paños y otras cosas para dádivas", 1.683.769 maravedíes (el 20% del total).
Como cifra comparativa, el viaje descubridor de Colón en 1.492 había costado una cuarta parte del de Magallanes (2 millones de maravedíes), y los salarios representaron el 12%.
Aunque una expedición se proponga simplemente cruzar el Atlántico en un viaje rutinario y no, como el de Magallanes, dar la vuelta al planeta, el coste de aparejar un navío era tan elevado que, o se disponía de capital, o había que recurrir a alguien, pues la Corona no solía ser generosa. Así, Pizarro, para su expedición al Perú, encargó a Almagro que sacara fondos de donde fuera. Cuenta el cronista Cieza de León que:

"Aunque ellos tenían haciendas, estaban empeñadas y ellos obligados a mil deudas; mas aunque esto era así, Almagro era tan diligente como saben los que lo conocieron: estaba tullido, que no podía andar; puesto a una silla, a los hombros de esclavos, anduvo por la ciudad buscando entre sus amigos dinero para lo dicho; juntó lo que pudo, que fueron mil quinientos castellanos, poco dinero para ir a pedir tan grande empresa".



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