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Carlos López Urrutía, El Real Ejército de California 

CAPITULO TRECE

LOS ULTIMOS AÑOS DE GOBIERNO ESPAÑOL

Reconstrucción de Monterey

El ataque de Bouchard fue un rudo golpe para la provincia. No fue sólo la destrucción material sino también el convencimiento de que era imposible defenderse ni de la más insignificante agresión extranjera. Los soldados impagos, las misiones sin más defensa que la que podían ofrecer las diminutas escoltas contra los indios,el estado sicológico de la población civil, todo habría de presagiar las más funestas consecuencias. Afortunadamente no sucedió así. Si puede criticarse a Solá por su falta de determinación y su excesiva prudencia ante Bouchard hay que reconocerle su gran mérito de haber logrado mantener la cohesión y la existencia misma de la tropa.

En primer lugar, el estado de la tropa, descontenta por la falta de sueldos, decaída en su espíritu militar al huir del enemigo y sicológicamente derrotada ante el abandono de su reducto, no fue un gran impedimento. Un presidio, el de Santa Barbara, había resistido por lo menos con una actitud determinada. En Monterey, Vallejo y su batería habían logrado la rendición temporal del enemigo. Fueron dos hechos suficientes para restablecer o apaliar el daño en el entusiasmo de la tropa. Un segundo factor era la falta de oportunidades. ¿Qué alternativa podía tener en California el soldado presidial que abandonara el servicio del rey? Prácticamente ninguna. Sólo los "inválidos" habían recibido mercedes de tierra y entrar al servicio de estos "rancheros" era sumirse otra vez en la pobreza. Las misiones no ofrecían alternativa alguna, sus pocos vaqueros eran indios como lo eran la mayoría de los sirvientes. Los pueblos, poblados en su mayoría de antiguos soldados, significaban un riesgo enorme si no se contaba con el capital necesario, y ¿que capital podría haber acumulado Juan Soldado cuando no se le pagaba desde 1810? En el fondo, era preferible ser soldado del rey, donde podía soñarse en conquistar el honor y la gloria, donde se podía obtener alimentos para su familia y donde, mal que mal, se le vestía, se le daba cierta seguridad y se le trataba con relativo respeto como que era un elemento indispensable para la defensa y por ende, la existencia propia del territorio.

El gobernador tardó algunos días en regresar a Monterey. Hasta la fecha misma de la salida de Bouchard no le quedó clara. El presidio no fue completamente destruido por el incendio, Bouchard creyó haberle pegado fuego por los cuatro costados, pero las condiciones climatéricas, lluvia y falta de viento, la falta de materiales combustibles-techos de tejas y paredes de adobe- iba a confinar los daños al ala norte de la clausura donde se quemaron las vigas y la tejería del techo cayó sobre las humeantes paredes de adobe que se mantuvieron incólumes.(1)

Tres de las casas en el costado sur sufrieron daños de consideración. El cuartel de los artilleros en el castillo y toda la parte del baluarte construida de madera se quemó. Solá dice haber perdido cinco mil pesos en daños a su propiedad personal e iguales perjuicios sufrieron los otros oficiales. La bodega de la compañía presidial fue saqueada y lo que no pudo acarrearse en los botes fue quemado también de manera que fue necesario reemplazar las provisiones aporcionando a cada misión y pagando con vales a la tesorería real.

Los soldados pudieron recuperar la mayoría de sus posesiones abandonadas ya que los corsarios las apilaron en el centro de la plaza de armas y no las dañaron ni incendiaron. Las huertas y jardines habían sido arrasados. Para ayudar a la reconstrucción las misiones enviaron a indios que contribuyeron con su trabajo. Bancroft dice que las familias regresaron poco a poco y que ya en abril de 1819 o talvez antes, las cosas habían vuelto a la normalidad.(2)

Solá escribió un largo y detallado informe al virrey en la que por supuesto alegaba de la enorme superioridad numérica de los asaltantes y de la heroica resistencia de los californios y su posterior sufrimiento ante los rigores de la estación invernal.(3)

El padre Señán decían en una carta privada que "el informe del señor Solá sobre la invasión nos hizo reír, como estaba, fechado el 12 de diciembre en Monterey cuando él estaba entonces en San Antonio."(4)

Los insurgentes en México

Hacia 1818 la actividad militar en México había prácticamente desaparecido con la derrota de las tropas de Morelos. Sólo quedaban grupos guerrilleros que obedecían a Guerrero y a Ascencio en el sur y aunque podían sobrevivir con facilidad y ocasionar perjuicios y molestias a los realistas, estaban aislados y no podían combatir con la numerosa tropa que estaba a las ordenes del virrey. Entre 1818 y 1820 existió en México una paz y tranquilidad relativa. Pero la revuelta de Riego, ocurrida en enero de 1820 iba a poner término a esta situación al obligar al rey Fernando VII a jurar la Constitución liberal de 1812. Estas noticias llegaron a México en abril de 1820 e infundieron casi inmediatamente, una nueva vida al movimiento insurgente. Una revuelta de la tropa de Veracruz obligó al virrey Apodaca a jurar la Constitución.

Refuerzos para Solá

Apodaca supo del ataque de Bouchard en diciembre de 1818, precisamente cuando la calma relativa de su propia situación le permitía algún desahogo. Creyó que la provincia se insurreccionaría y dio ordenes urgentes a San Blas, Guadalajara y Sonora de reforzar a Solá con tropas y municiones a la brevedad posible. Al recibir el informe de Solá, se reforzó en su mente la necesidad de fortalecer las defensas pues las noticias que le llegaban desde el virreinato de Lima, ocupado por el Ejército Libertador de San Martín y bloqueado por la escuadra chilena al mando de Cochrane, no era en nada alentador.(5)

En cumplimiento con estas ordenes virreinales se embarcó en San Blas una compañía de infantería de cien hombres al mando del capitán José Antonio Navarrete. Lo secundaban el teniente Antonio del Valle y el alférez Francisco de Haro. Esta tropa llegó a Monterey entre Junio y Septiembre de 1819 abordo de los buques San Carlos y Reina de los Angeles. Además de la tropa que venía con armamento y pertrechos de guerra, se recibieron quince cañones, cinco de seis libras y diez de cuatro libras, quinientos sables y tres banderas nacionales. Solá apartó a 40 hombres de la compañía y al mando del teniente del Valle los envió a reforzar el real presidio de San Francisco.

Un segundo contingente de refuerzos consistía de un escuadrón de caballería de unos cien hombres al mando del capitán Pablo de la Portilla y que traía dos tenientes, Juan María Ibarra y Narciso Fabregat. Completaba la plana de oficiales el alférez Ignacio Delgado. Este escuadrón que salió de Mazatlán abordo del Cossack, contratado a ex-profeso para el transporte, se desvió debido a los vientos y terminó en el Mar de Cortés en vez del Océano Pacífico. Como había más de treinta hombres seriamente enfermos, la compañía--ya no era escuadrón ya que al parecer viajaban sin caballos-- desembarcó en la bahía de San Luis Gonzaga y desde allí viajó lentamente a San Diego por tierra. Algunos montaron en caballos enviados desde San Diego pero la mayoría continuó a pié llegando a su destino a mediados de Septiembre de 1819. Esta tropa venía con buen armamento, es decir, fusiles que disparaban y sus correspondientes bayonetas. El comandante traía una caja de diez mil pesos para cubrir los gastos. Al parecer se les esperaba ya que el Fray José Señán escribía a de la Guerra:

Se ha teñido una buena cantidad de tela de lana para hacer los uniformes de la Caballería Ligera de Barcelona. Las chupas son verdes con vivos rojos y los sombreros son de copa alta con ala corta y delgada y con cucarda blanca. Los famosos machetes no han llegado todavía.(6)

Dice un testigo presencial que esta gente constituía el "Escuadrón de Milicia Activa de Mazatlán". El teniente Ibarra "era un hombre muy moreno, grande y feo; Narciso Lobregat, un catalán de 39 ó 40 años, rubio y guapo, delgado y alto" . En cuanto al alférez Delgado era joven, de mediana estatura y fuerte. Su esposa, Doña Lugarda, "era muy diestra en todo tipo de costuras, flores artificiales y otras bellas labores."(7)

Solá dispuso que esta tropa también se dividiera y 55 soldados al mando de los tenientes marcharon hacia el norte a reforzar la guarnición del real presidio de Santa Barbara. De esta manera se aumentaban las guarniciones en mas o menos 50 hombres por presidio. De esta gente se iban a obtener beneficios muy dudosos. Para empezar, no se habían enviado las memorias y Solá tuvo que recurrir otra vez a los misioneros para que aumentaran las provisiones de manera que fuera posible alimentar a estos 200 soldados adicionales. En segundo lugar, esta gente venía sin mujeres y 50 solteros o seudo-solteros por presidio era más de lo que podía acomodar el elemento femenino de la población. De los dos grupos, los de los presidios del norte iban a dar los mayores problemas. La compañía de San Blas se componía de gente que había sido sacada de las cárceles o de criminales o vagabundos a los que se les ofreció la alternativa de California o el calabozo. Se les pagó dos meses de sueldos adelantados, que probablemente gastaron en San Blas o perdieron en el juego y se les vistió con uniforme adecuado. Era gente "sin disciplina y sin religión " según los misioneros y que no sabía el uso de las armas, según los oficiales del presidio. Estrada no creía que ninguno había tenido un fusil en las manos antes del viaje a Monterey. Su comportamiento militar se podía lograr a través de latigazos u otros castigos corporales.

Esta compañía de "veteranos de San Blas" o cholos como prontamente se le apodó, ha dejado un pésimo recuerdo en los anales históricos. Solá se quejaba al virrey haciendo eco de los reclamos que le llegaban de los misioneros. No era posible poner a esta tropa en las misiones pues debían mantenerse separados de los neófitos. Todos los antiguos soldados entrevistados por los ayudantes de Bancroft, se refieren a ellos con desprecio: "de raza mixta y peor de carácter mezclado, viciosos y pendencieros. Su conducta suscitó el desprecio y fue el origen de las amargas relaciones entre californios y mexicanos. De baja estatura con el pelo corto, contrastaban con la tropa del presidio, borrachines, tahures y ladrones." --dice Alvarado. "Oficiales buenos y estimados pero la mayoría de los soldados eran léperos regulares", --añade Pico. "El momento que llegaron a Monterey, los robos, los abusos y los asesinatos empezaron en California"- es lo que recuerda Osio.(8)

A los pocos meses de su llegada fue necesario enviar a 16 de vuelta a San Blas por incorregibles.

La tropa de caballería, los "mazatecos", al mando de Portilla era tropa del ejército regular, disciplinada y con el carácter austero, sobrio y obediente, propio del soldado de cuera. No se registran quejas y al parecer se incorporaron rápidamente en las guarniciones de los dos presidios del sur.

Estas condiciones, más la ausencia total de las memorias o de mercaderías que las reemplazaran, movieron a Solá a dirigir varias comunicaciones al virrey. Agotada ya su paciencia, el gobernador no pedía, sino que exigía que se cumpliera no sólo con lo que legítimamente le correspondía a sus tropas sino que se cumplieran con las promesas del virrey. Necesitaba un destacamento de artillería con cañones de grueso calibre; 400 carabinas, 300 sables y dinero con que reparar los castillos. De todo lo prometido, sólo se habían recibido unos sables inservibles a los que se les habían adaptado puños de madera de pésima calidad.(9)

Apodaca que había hecho sacrificios para enviar esos refuerzos, contestó las protestas de Solá con una severa reprimenda. Lo reprendía por su falta de consideración a las dificultades bajo las cuales se le había enviado los mayores refuerzos que se habían enviado jamás a California. Los sables bien podía repararlos poniéndoles nuevos mangos y fabricando vainas de cuero para los que tenía material en abundancia en California. No había carabinas en México y por lo tanto no podía enviarlas. Le exigía que se contentara con lo que tenía, que pusiera a trabajar a la gente de los pueblos y le prometía que la artillería le llegaría pronto junto con dos buques cargados de provisiones. Por último le sugería que si la nueva tropa no era de su agrado, que le enviara de vuelta.

A pesar de las promesas, ni un sólo buque apareció con provisiones en 1819. Solá tuvo que seguir recurriendo a las misiones. Desde 1811 hasta fines de la década, Bancroft calcula que se acumularon deudas en favor de las misiones de más de 400 mil pesos. Solá y los comandantes de presidios creían que gran parte de sus problemas de abastecimiento podían achacarse a Gervasio Argüello, habilitado general de las Californias que había tomado residencia en Guadalajara. Solá estaba ya cansado de que se le repitieran los oficios diciendo que "se han impartido las ordenes". En acuerdo con sus comandantes se decidió enviar a un comisionado especial que se entrevistara con el virrey y le hiciera ver la desastrosa situación en que se encontraba el real ejército y la administración de la provincia. Solá escogió para esta tarea al capitán de la Guerra, basándose probablemente en los éxitos financieros y las relaciones familiares que el capitán tenía en México y en la provincia.

Las instrucciones de Solá eran precisas. Debía ir directamente donde el virrey y no permitir excusas de ninguna especie pidiéndole que se le entregaran 200 mil pesos y aunque tendría que aceptar lo que se le diese que no transara por menos de 150 mil, cantidad mínima que necesitaba. Debía pedir los refuerzos de artillería y de armamentos. Obtenida esa suma de la Guerra debería invertir la mitad en comprar las mercancías que se necesitaban en los presidios.

De la Guerra escribió al virrey al llegar a San Blas y el gobernante acusó recibo y contestó que ya había entregado 30 mil pesos al habilitado general en Guadalajara y escrito a Solá que estaba dispuesto a hacer lo que pudiera siempre que los escasos recursos de la tesorería real se lo permitieran. Terminaba diciendo que de la Guerra podía volverse en el mismo buque ya que su misión en México podía darse por terminada. De la Guerra no acató estas instrucciones y en enero de 1820 salía hacia la ciudad de México. De sus actividades en la capital no se conoce mucho. Su biógrafo las cubre con una línea diciendo "se las arregló para aumentar la cantidad de la apropiación original".(10)

En Agosto de 1820 llegaba a Monterey con mercaderías avaladas en poco más de 40 mil pesos. Era todo lo que podía proveer la tesorería real del virreinato. Si traía dinero en efectivo y éste se distribuyó a los soldados, no han quedado documentos que lo atestigüen.

Los artilleros prometidos llegaron también en Julio de 1820. Venían al mando del alférez José Ramírez y a pesar de que no traían cañones fueron un refuerzo bien recibido por Solá. Eran gente madura, bien entrenada con amplios conocimientos y disciplina. Pico los describe como "todos hombres de buen carácter y de sangre española."(11)

Venían a reemplazar el contingente de Gómez que no había sido renovado desde hacía muchos años. La mayoría había ya pasado a la categoría de inválidos.

La Jura de la Constitución de 1812

Ya se ha visto que Apodaca había sido obligado a jurar la Constitución liberal de 1812 después de la rebelión de la tropa de Veracruz. Ahora el eco de este primer campanazo que señalaba el comienzo del desmoronamiento del régimen real, iba a llegar a California.

El decreto que recibió Solá estipulaba que la tropa, el clero y la población civil debían jurar acatar y cumplir con la constitución, el primer día de fiesta después de recibir el decreto en una ceremonia en la que participarían el prior de cada misión. Después de decir una misa de acción de gracias y de cantarse un Te Deum el sacerdote predicaría un sermón.

Solá juró la constitución en Santa Barbara en octubre de 1820 ante de la Guerra, los misioneros y los soldados. El padre Señán se trasladó a San José con el teniente Valle a tomar juramento a los pobladores. Ceremonias similares tuvieron lugar en los cuatro presidios, las misiones y los pueblos.

Para los soldados y pobladores la jura no tenía significado alguno. Ellos seguirían obedeciendo a sus comandantes o comisionados sin importarles lo que decían las nuevas disposiciones. Dice Chapman:

En general la gente de la provincia se mantenía ignorante del alcance y la importancia de las guerras que se desataban por las Américas. Recibían escasas noticias y constantemente llegaban informes de que la revuelta estaba prácticamente terminada.(12)

Aunque los franciscanos se encontraban probablemente en la misma situación, un Catecismo explicativo que acompañaba a la constitución tenía para ellos un profundo significado. Sería este el vehículo por el que se llegaría a la secularización de las misiones y los misioneros sabían muy bien que la conversión de misión a parroquia iba a significar la muerte de la institución que había logrado la conversión de miles de indígenas y que había traído la paz y tranquilidad a la provincia.(13)

Las exploraciones entre 1811-1820

En 1811 una expedición que encabezaba el padre Abella y que comandaba el sargento Sánchez se embarcó en varios cayucos y botes y procedió a navegar río arriba por los "grandes ríos". Se internaron en la actual bahía de Suisun y entraron por el San Joaquín. Después de 15 días de ausencia regresaban al presidio de San Francisco sin haber descubierto nada nuevo. Se conserva el diario de Abella que describe las numerosas rancherías y sus encuentros con indios que varían de amistosos a hóstiles.

La penetración al valle de los tulares no se llevó a cabo con la energía ni la determinación suficiente a pesar de que los franciscanos demostraban gran interés por establecer misiones. Dos expediciones, destinadas a buscar indios fugitivos llegaron en 1812 y en 1814 sólo al borde de los tulares. La primera compuesta de 12 hombres estaba al mando del sargento Soto y llevaba un refuerzo de indios neófitos. Dice haber sido atacado por mil indios que rechazó sufriendo la pérdida de un neófito.

La segunda expedición la encabezó el padre Juan Cabot acompañado por un sargento y treinta hombres que salieron de la misión de San Miguel en el otoño de 1814. Aunque las relaciones con los bárbaros fueron en general amistosas, un encuentro resultó en la muerte de dos caballos.

Se planearon otras expediciones a los tulares con diferentes objetos pero ninguna pudo llevarse a cabo, más que nada por la falta de recursos que aquejaba a los presidios.

Como consecuencia del ataque a San Buenaventura en 1819,--narrado más adelante-- el gobernador decidió hacer una batida general contra los fugitivos que creía los verdaderos culpables del ataque. Se trataba de una campaña preventiva destinada, más que nada a acallar las preocupaciones de frailes, colonos y neófitos. La primera al mando del veterano José Sánchez avanzó resueltamente por el valle central y en una batalla campal contra los Mokelumes les mató 27 hombres, hirió 20 y capturó 16. Pudo recuperar 49 caballos. Esto último causó gran preocupación pues el gran peligro que presentaban los apaches y navajos era el uso de la caballería y en California se había logrado prevenir al indio que usara el caballo en la guerra.

Una segunda expedición salió al mando del teniente Estudillo y con el experimentado sargento Pico que encabezaba un pelotón de 50 hombres. A pesar de pasar más de un mes en campaña Estudillo fracasó en su misión. Volvió desalentado y con informes de no haber podido cruzar los tulares. Informó que se necesitarían 115 soldados para establecer un presidio que resguardara a las misiones que se esperaba fundar.

La tercera expedición destinada a vengar el ataque de los amajavas era formidable. La comandaba el eficiente Moraga con 35 lanceros. Les acompañaban 15 infantes de Mazatlán al mando de Fabregat--ésta tropa era originalmente caballería-- cuatro artilleros con un cañón y un grupo numeroso de indios auxiliares. Desde San Gabriel, Moraga se internó en el desierto dispuesto a alcanzar el Colorado. No encontró a los amajavas o mojaves, ni encontró tampoco campos donde pudiera pastar su numerosa caballada. Por último la falta de agua en una estación que no era propicia, lo obligó a volver después de haberse internado 80 leguas en el desierto.

Hacia 1821 los rumores corrían de que un puesto de avanzada inglés o anglo-americano se había establecido al norte de los rusos. Solá, haciendo un esfuerzo enorme y pidiendo todavía más recursos a los misioneros, logró organizar en San Francisco una tropa bastante numerosa para lo que tuvo que traer gente de Monterey. Se concentraron en el estrecho de Carquínez al norte de San Francisco, 35 soldados de cuera, 20 infantes y algunos auxiliares como vaqueros y arrieros. Llevaban ordenes de explorar y de expulsar a los forasteros en caso de encontrarlos. Al mando de la expedición estaba el capitán Luis Argüello quien llevaba como alféreces a Francisco de Haro y José Antonio Sánchez. Iban también el cadete Joaquín Estudillo y un intérprete, John Gilroy. El padre Blas Ordaz serviría de capellán y cronista.

Las lanchas del presidio les ayudaron a cruzar el estrecho y el 20 de octubre de 1821 partían al norte, al Columbia, río al cual esperaba llegar Argüello. La tropa marchó por nueve días sin descansar cruzando el amplio valle del Sacramento sin encontrar hostilidad por parte de los nativos que desaparecían cada vez que disparaban un cañón que llevaban. No hubo pérdidas de vida sino de una mula que se cayó al río cargada con dos mil cartuchos de rifle. Al cabo de esta marcha tornaron hacia el este penetrando en la cordillera que forma la Sierra Nevada. De allí viajaron hacia el sur por las montañas. Es imposible determinar exactamente la ruta que siguieron pero sólo se sabe que el 15 de noviembre estaban ya descansando en San Francisco. Argüello creyó haber llegado cerca del Cabo Mendocino y del río Columbia. Los indios aseguraban estar cerca de Nuevo México. Esta exploración se conoció como "La expedición al río Columbia".(14)

Problemas con los indios

En la misión de San Gabriel se temía siempre el ataque de los indios del Colorado. San Gabriel era la puerta de entrada para California desde el desierto. Los padres sospechaban que los propios indios cristianos en acuerdo con los gentiles eran quienes mataban el ganado, robaban los caballos y hasta entraban a robar a las bodegas de la misión. Periódicamente, los frailes debían pedir refuerzos al presidio de San Diego o Santa Barbara para prevenirse de un ataque. Incluso los padres alarmados, avisaron en cierta ocasión, que 800 indios encabezados por los temidos yumas se acercaban con la intención de saquear San Gabriel y San Fernando. El oportuno envío de una considerable fuerza militar conjuró el peligro ya hubiera sido éste imaginario o real.

Solá consideraba que el mayor peligro que corrían las misiones era la mortandad de los indios neófitos. La misión de San Francisco presentaba hacia 1817 desoladores estadísticas y el gobernador sugirió enviar algunos neófitos hacia el norte, al otro lado de la bahía donde no tuvieran contacto permanente con los soldados del presidio y donde creía que el clima era más favorable a los aborígenes. Los misioneros se opusieron a este plan pero cedieron cuando el gobernador decidió establecer una misión en esa región. Se solicitó el consejo de Moraga que en sus viajes al fuerte ruso se había familiarizado bien con la región. Moraga escogió un lugar apropiado y se levantó una capillita de adobes que funcionó al comienzo como "asistencia" bajo el control de la misión de San Francisco. Fue ésta la última misión fundada bajo el dominio de España y se llamó San Rafael Arcángel.

El número de neófitos que huían de las misiones hacia el valle central de California había llegado a proporciones epidémicas entre 1816 y 1818. Ya se ha visto las tres expediciones enviadas hacia el interior de los tulares y sus mediocres resultados. Los indios cristianos huían de las misiones por varias razones: trabajo forzado, castigos corporales, mala comida pero muchos daban por excusa la muerte de sus seres queridos. Varios observadores extranjeros mencionan la excesiva mortalidad de los indios y tanto Solá como los comandantes de presidio se preocupaban pero no podían hacer nada para paliar los resultados de las epidemias.

El incidente más serio de la década se produjo en San Buenaventura el 30 de mayo de 1819. Un grupo de 25 o más amajavas o mojaves había llegado a la misión con el declarado propósito de intercambiar sus productos por cuentas de vidrios y a recoger abulones cuyas conchas eran muy valoradas por los indios del interior. El padre Señán, testigo ocular, nos ha dejado una versión de los ocurrido. Como los mojaves no eran gente de confiar, se les confinó a la guardia mientras el resto de la congregación oía misa. Un incidente sin importancia, ya sea provocado por los mojaves o por la imprudencia del centinela, iba a provocar una reacción violenta por parte de los custodiados. Al oír el disturbio, dos soldados salieron a ayudar al centinela. Los mojaves dieron muerte a golpes al cabo Rufino Leiva y al inválido Mariano Cota. Los padres alarmados distribuyeron armas a sus neófitos y los soldados de la custodia se unieron a ellos en una apasionada defensa de la iglesia-misión. En una salida mataron a diez atacantes y un neófito rebelde y lograron rechazar a los mojaves que escaparon hacia la montaña. (15)

Apenas se recibió la noticia en Santa Barbara, el comandante de la Guerra envió al sargento Anastasio Carrillo con 14 hombres y un pedrero. Carrillo con la gran ventaja que le daba la caballería, logró capturar a diez de los 15 o más sobrevivientes del ataque. A éstos llevó prisioneros a Santa Barbara.

Hay que considerar el estado de alarma de las misiones ante el ataque de Bouchard, las amenazas constantes en San Gabriel para comprender el efecto de este sangriento episodio en Buenaventura. La alarma de misioneros, neófitos y pobladores, rayaba ya en el pánico. Fue necesario destacar durante todo el verano de 1819 refuerzos de Santa Barbara, San Diego y hasta de la población civil de Los Angeles para conjurar el peligro. Se apostaron avanzadas en los cerros del este y el resultado final fue la expedición de Moraga hacia el Colorado que ya se ha descrito.

Al año siguiente volvía la tranquilidad aunque los rumores persistían, especialmente de posibles ataques de los indios del Colorado.(16)

Los rumores y las alarmas eran tan insistentes que el gobernador pensó fortificar las misiones de San Gabriel y San Fernando que eran las más expuestas e incluso levantar un puesto defensivo a la entrada de los tulares pero nada se concretó. La única actividad fue un viaje de inspección por el padre Payeras al que acompañaba el alférez Sánchez y seis soldados. La inspección o "caminata" como se refiere Sánchez no mostró peligro alguno.

Estado de la tropa y presidios 1818-1821

A pesar de los magros refuerzos que se recibieron desde México, los últimos tres años de dominación española muestran un bienestar relativo en cuanto a la tropa. La situación del habilitado general, Gervasio Argüello, confinado a Guadalajara por el virrey, no pudo remediarse. Los esfuerzos de De la Guerra, hombre de recursos económicos y conexiones políticas fueron en vano. Solá y los comandantes de presidios se quejaron mucho del habilitado pero la verdad es que Argüello podía hacer muy poco cuando sus ordenes a la tesorería real eran contestadas con un implacable: "No hay fondos".

El abastecimiento del real ejército en la provincia corrió por cuenta de los misioneros. Los frailes, resignados ya a tener que entregar el fruto de su trabajo para la defensa del territorio, mostraban hacia 1819 la mejor disposición. Refiriéndose a la entrega de 200 barras de jabón para Monterey, un misionero decía que estas podrían usarse en la condición presente, una donación, o acreditar la cuenta de la misión, que no se pagaría jamás.

El número de la tropa no varió en uno o dos entre 1810 y 1819 hasta que llegaron las compañías de Navarrete y Portilla. "(Esta fuerza).. constituía un desembolso de 89 mil pesos, gasto que se hizo menos oneroso ya que nunca se pagó."(17)

El mismo historiador cree que la principal y continúa batalla fue contra la necesidad y la desnudez que resultaba de la negligencia española, en realidad, de las autoridades realistas en México. Es verdad que se encontraban abocadas en una guerra a muerte contra los Insurgentes pero los independientes no dieron tampoco indicación alguna de buscar el apoyo o de ayudar a la lejana provincia de California.

Puede asumirse que los presidios se mantuvieron en condiciones aceptables ya que los comandantes fueron más o menos permanentes y Solá era un jefe enérgico y puntilloso en el cumplimiento de sus funciones. El ruso Lutke que visitó Monterey abordo del Kamchatka en septiembre de 1818 dice que

El presidio de Monterey no es otra cosa que un cuadrado de arenisca y yeso cuyos costados tienen unos 100 sazhens de largo. Esta definición designa acertada y correctamente el concepto de un presidio. No tiene ventanas ni chimeneas que podrían corregir esta definición; en resúmen, este edificio es muy parecido a las plazas del panteón de Lima, con la diferencia que allí se mantienen los muertos y aquí los vivos.(18)

La llegada de refuerzos de artillería y la tropa para cargar las piezas, hacen pensar que se mejoró también las condiciones de los castillos. A éstos debe sumarse la compañía miliciana de artillería, llamada varias veces a las filas pero que nunca se vio en situaciones de disparar un tiro contra el enemigo.

No deben olvidarse tampoco las milicias indias formadas por los misioneros. Santa Barbara podía poner en campaña 150 indios al mando del padre Ripoll que los había entrenado y organizado con cierta disciplina militar. Se trataba de la Compañía de Urbanos Realistas de Santa Barbara, constituida por 100 arqueros, 50 macheteros y un pelotón seleccionado de 30 lanceros, que hemos de presumir montados. Ripoll tenía fe en que su tropa iba a derramar hasta la última gota de sangre en defensa del rey. Nunca se les presentó la oportunidad aunque no faltaron los rumores de nuevos y renovados ataques insurgentes.

Cuenta el ruso Vasielyev que en 1819 los indios anunciaban que un grupo con familias se acercaba a la misión de San José."Están construyendo fortificaciones, son más de mil, tienen mucha ropa y están armados."(19)

Añade que en Mayo de 1820, una patrulla de 40 lanceros del presidio de San Francisco salió a reconocer el terreno sin encontrar nada.

Bajo el Imperio Mexicano

Nada se sabía en California de los acontecimientos ocurridos en México a fines de 1821. Iturbide había cambiado de parecer y de bando y más tarde se coronaría emperador de México con el título de Agustín I. En enero de 1822 Solá, refiriéndose a algunos panfletos que había recibido desde México, escribía al gobernador Luis Argüello de Loreto, las siguientes palabras:

... tales documentos han sido impresos en un país de soñadores ya que la independencia es un sueño. Día a día sus prensas imprimen cosas absurdas por miles pero usted y yo sabemos que la inmortal, incomparable nación de España tiene muchos y grandes recursos con los cuales se hará respetar y debe mirar con desprecio visión tan absurda.(20)

Pero la lealtad del gobernador hacia su soberano no iba a durar mucho. Despachos recibidos de México lo obligaron a llamar a una junta de comandantes que se reunió en Monterey el 9 de abril de 1822. Asistieron dos representantes de las misiones y los capitanes de la Guerra de Santa Barbara; Argüello de San Francisco; el teniente Estrada de Monterey; el teniente Estudillo en representación del capitán Ruiz de San Diego; los capitanes Navarrete y Portilla; y el teniente Gómez de la artillería. Presidió el gobernador Solá y Estudillo actuó como secretario. La Junta decidió acatar las disposiciones que habían recibido. Esto es, reconocer la regencia de Iturbide, obedecer al nuevo gobierno, reconocer la dependencia de California al Imperio Mexicano y jurar la Independencia.(21)

El 11 de abril de 1822 se tomaban los juramentos en Monterey. Primero juró privadamente la Junta y luego la tropa formada en el patio del presidio ante el Gobernador Solá. En medio de un sepulcral silencio la bandera imperial fue arriada del mástil y el propio gobernador la recogió en sus manos antes que tocara el suelo. Se ha dicho que Solá excusa la falta de entusiasmo de los soldados por que no estaban acostumbrados a ser independientes. Después del servicio religioso se celebró el acontecimiento con vivas, salvas de mosquetería y artillería, iluminación y música.

El 13 de abril tenía lugar la misma ceremonia en Santa Barbara. De la Guerra llamó a todos los habitantes a la plaza de armas del presidio donde se reunieron casi mil personas. De la Guerra anunció a viva voz la independencia de México y luego mandó formar la tropa frente al mástil en que ondeaba la bandera imperial de España. Al toque de clarín y redoblar del tambor fue arriada la enseña roja y amarilla pero no había con que reemplazarla pues nadie tenía una bandera tricolor mexicana. Siguieron las celebraciones con juegos de caballería, carreras de caballos, la tradicional pelea de un oso con un toro, la iluminación de fuegos artificiales y un gran baile en la casa el comandante.

La ceremonia se repitió probablemente el mismo día en San Francisco sin que existan documentos que lo comprueben. Iguales actos de independencia ocurrieron en todas las misiones y pueblos. Los soldados después de jurar debían cortarse la coleta, ceremonia que no le gustó a sus mujeres y talvez tampoco a ellos mismos. Es un hecho significativo que fuese San Diego el último bastión en el que flameara la bandera de León y Castilla. Fue en San Diego donde Portolá plantó por primera vez la bandera de su rey en California.

El 20 de abril la tropa se alineaba en su más marcial formación en la plaza de armas del real presidio de San Diego. Se alineó la artillería frente a la sala de guardia de manera que diera hacia el mar. Pero no había mástil donde flamear una bandera. Uno de los cabos enarbolaba la bandera de España en un palo. En otro palo similar, otro cabo o soldado sostenía la bandera mexicana. A la hora señalada, al redoblar del tambor y con marcial paso, el comandante Francisco María Ruiz en compañía de Don José María Estudillo, se detuvo ante la tropa, saludó y lanzó el grito "¡Viva el Imperio Mexicano!". Se bajó la bandera española y se levantó la mexicana al momento que se disparaba toda la artillería, seguida de una salva de fusilería.(22)

Al día siguiente se daba la orden a los soldados de cortarse la coleta. Esta disposición fue motivo de desagrado para hombres y mujeres. Dice Juana Machado en sus memorias que después de cumplir con la orden su padre entró a la casa con la trenza en las manos con una cara muy triste y que se la entregó a su esposa que también estaba con la cara compungida. "Mamá miró la trenza y se lanzó a llorar".(23)

Notas al Capítulo 13

1. Excavaciones arqueológicas han descubierto una concentración de tejas marcadas por el fuego en una longitud de 30 metros por el lado este, corriendo de norte a sur. V. Howard, California's Lost Fortress, p. 17

2.Bancroft, California, I, p. 234

3. Noticia de los acaecido en este puerto de Monterey con dos fragatas pertenecientes a los rebeldes de Buenos Aires, 1818. Manuscrito fechado el 12 de diciembre de 1818. Enviado al virrey éste ordenó que se reprodujera en un número especial de la Gaceta de México. Solá envió dos informes más, un suplemento y un informe al general de la Cruz.

4. Señán a López, citado en The Letters, p. 129

5. Los habitantes de Alta California, al recibir las noticias de los desembarcos de chilenos en Cabo San Lucas y Loreto, creyeron que se trataba de las naves de Bouchard. Véanse las "Memorias" de Juana Machado.

6. Señán a De la Guerra, marzo 25, 1819. The Letters of José Señán, San Francisco, 1972, p. 121

7. Juana Machado, "Memorias", p. 45

8. Todas estas citas están tomadas de Bancroft, California II, p. 255.

9. Estos sables iban a hacer historia. Solá dice que no servían ni para hoces. El virrey contestaba que no era la intención de servir de hoces, sino sables. La calidad de estas armas--probablemente sables curvos para la caballería-- dejaba mucho que desear pues estaban todavía en depósito en 1839. Un informe de las armas existentes en el presidio de Monterey, fechado el 22 de Marzo de 1839 dice " 126 media-lunas sin mangos". Howard, California's Lost Fortress, p. 45

10. Thompson, El Gran Capitán , p. 59

11. Pico, Acontecimientos, Manuscrito 4 en Bancroft Library.

12. Chapman, History of California: The Spanish Period, p. 438

13. Veáse por ejemplo, la carta del padre Luis Martínez de San Luis Obispo a José de la Guerra, citada en Thompson, El Gran Capitán, p. 61. Para los misioneros y los historiadores franciscanos, el Catecismo Político era el precursor de la secularización, la ruina de las misiones."Ahí está la solución" escribiría más tarde el padre Engelhardt.

14. Bancroft que reconoce a ésta como la expedición más extensa en el norte de California, dice que a pesar de tener las memorias de varios de los participantes, le fue imposible determinar la ruta y los puntos alcanzados, tales son las contradicciones de sus declaraciones años más tarde. Bancroft, California II, pp.447-9

15. The Letters of José Señán, p. 124. Dice el misionero que "en un sólo momento se mató al centinela y la misma suerte espera al cabo que corrió a ayudarlo."

16. Los indios del colorado, yumas, mojaves y sus vecinos eran una amenaza constante no sólo a las misiones en el sur de California sino a las del norte de México. Guaymas debía prepararse cada temporada para un posible ataque. Veáse Vowell, Campañas y cruceros, p. 33

17. Bancroft, California II, p. 422

18. Archivo Naval de la Unión Soviética, citado por Shur y Gibson en "Russian Travel Notes".

19. Archivo Naval Soviético, citado por Shur y Gibson, artículo citado, p. 43.

20. Enero 10, 1822, Solá a Argüello, State Papers, Sac. MS vi. 44, Bancroft, California II, p. 450

21. La documentación sobre estos acontecimientos ha sido publicada por el profesor Bolton, "The Iturbide Revolution in the Californias", Hispanic American Historical Review, mayo 1919, pp.188-242.

22. Juana Machado en sus memorias, publicadas en Californianas, Noviembre-Diciembre, 1990. pp. 43-51

23. Ibid.

 
Prólogo Expediciones marítimas La expedición fundadora Primer Gobierno de Fages Felipe de Neve y su gobierno
Segundo Gobierno de Fages Gobiernos de Romeu y Arrillaga Los intentos de colonizar el noroeste Gobierno de Borica La primera década del siglo diecinueve
Los rusos ¡Ah, Independencia! Gobierno de Solá El año de los Insurgentes Los últimos años de gobierno español Bibliografía

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