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Carlos López Urrutía, El Real Ejército de California

CAPITULO DOS

LA EXPEDICION FUNDADORA

¿Negligencia, olvido o falta de recursos?

Mucho se ha debatido la paradoja que representan esos 167 años en que España no se hizo presente en California. La gran mayoría de estos argumentos se han presentado en el idioma inglés y no son accesibles al público lector de habla castellana. Será pues necesario repetirlos, agregando algunos que no han sido considerados.

Hay varias razones importantes por las que no se continuó la exploración ni se pobló el territorio de la Alta California. Primero y tal vez la más importante, es la experiencia de la historia. Ya se ha mostrado como las expediciones marítimas habían dado pobres resultados. Al norte de la península no existían civilizaciones indias que pudieran compararse con un México o un Perú, la beligerancia de los indios había quedado demostrada. La muerte de Cabrillo, el naufragio del San Agustín, el hecho de que no se dio a Vizcaíno la recompensa de sus descubrimientos y la pobreza de los mismos, todo indicaba un pasado triste, pobre y peligroso que no iba a cambiar con el tiempo. Sólo los galeones de Manila, cuando impulsados por la corriente japonesa del Kurushio, llegaban a latitudes altas, alcanzaban, con suerte, a ver a través de la neblina, montañas altas, boscosas y sin nieve que no tenían gran interés.

En segundo lugar hay que considerar el aislamiento geográfico de la región. Por un lado, la ruta por mar era difícil. Las rutas de navegación que seguían las corrientes y los vientos no vinieron a conocerse sino hasta mucho más tarde. La navegación hacia la Alta California debía efectuarse contra el viento y contra la corriente. Añádase a esto una curiosa contradicción de la meteorología: mientras California goza de uno de los climas más benignos del planeta, sus costas son bañadas por un mar implacable, de olas cortas pero de gran agitación, obscurecidas por frecuentes brumas y con corrientes locales todavía más impredecibles. Podría decirse que la costa oeste de la América del Sur presenta iguales dificultades, pero era muy diferente doblar el Cabo de Hornos, cruzar el Estrecho de Magallanes, para luego navegar, viento en popa y con la corriente de Humbolt hacia el Norte, hacia climas mejores y períodos de bonanza. Para llegar a California el viaje tenía que hacerse en el sentido opuesto a la corriente y los vientos, con el agravante de que los buques no venían de doblar el Cabo. Esa ruta no existía en el hemisferio norte como había quedado comprobado cuando no fue posible encontrar el famoso Estrecho de Anián. Por último, debe recordarse que el arte de la navegación permaneció estacionario por varios siglos, de manera que el ceñirse al viento no era para los veleros españoles maniobra fácil. Sólo con la confección de grandes velas de cuchilla, como las que se usaron más tarde en las goletas de gran calado y bergantines-goletas, se pudo simplificar el arte de singlar con mediana eficiencia.

La aislación que provocaba el desierto del sud-oeste era también formidable. Si bien es verdad que comparando la aridez, esterilidad y falta de agua, la región tiene ciertas ventajas sobre otros desiertos de la tierra, su extensión presentaba una barrera formidable. La Bahía de San Diego distaba, a vuelo de pájaro, casi 1000 kilómetros de algún lugar poblado. Estas distancias existían hacia villorrios o pequeños poblados en Sonora y Arizona, pero las expediciones deberían salir de lugares bien abastecidos y poblados sin necesidad de reaprovisionarse en el camino. Los obstáculos de la geografía no eran menores: ríos turbulentos, como el Gila y el Colorado; montañas casi continuas, quebradas, profundos cañadones y otros accidentes del terreno. El virrey Montesclaros decidió en 1607 que poblar California era una empresa demasiado costosa y que su aislación geográfica era ya protección suficiente contra otros invasores europeos.(1) El peligro de las tribus bárbaras no podía tampoco ser desestimado, peligro que como se verá, causó dilaciones e interrupciones serias en las jóvenes colonias.

La pobreza del erario es otro punto paradojal pues mientras las colonias proveían a la metrópoli de un ingreso que permitió a Carlos V y a Felipe II conducir una política agresiva en los asuntos internacionales europeos, los fondos destinados a los gobiernos locales eran mínimos. Al mismo tiempo que la producción de plata en México y Potosí llenaba los cofres del Rey, los virreyes no contaron nunca con el dinero ni los recursos necesario para que sus jurisdicciones se mantuvieran en el nivel adecuado. La pobreza del ejército virreinal ha quedado demostrada. (2)

La miseria en que vivían los empleados menores de las colonias es testimonio de una distribución de ingresos en el sector público que distaba mucho de ser la mínima justa y años luces de ser equitativa.(3)

Gran parte del pobre estado financiero de las Indias se debía a una política económica que hoy reconocemos como auto-destructiva. El comercio entre España e Indias que durante la conquista y a comienzos de la colonia había aumentado con la expansión del Imperio, decayó notablemente. Las causas de la caída casi vertical del intercambio son complejas y están fuera de nuestro tema. Según Madariaga el peor obstáculo estaba en el exceso de oficiales del Estado. "la hueste de inspectores y contadores que complicaban y retrasaban los trámites, aumentaban las estadías y hacían subir el gasto y la incertidumbre de las empresas comerciales, aún las más legítimas."(4)

Esta situación tenía que dar como resultado una política económica ineficiente. Todo esfuerzo económico en las Indias estaba destinado a obtener grandes ganancias a corto plazo: monopolios comerciales e industriales, minas de metales preciosos, búsqueda de perlas y piedras preciosas y otras actividades que estaban lejos de proveer fuentes de verdadera riqueza, esto es, recursos y bienes de consumo que beneficiaran a la mayoría de la población. Bastará con algunos ejemplos. El comercio con Manila se restringía a un sólo galeón anual. Ni Lima ni Panamá podían comerciar con las Filipinas. En 1607 se prohibió "llevar a Perú ropa ni mercancía alguna que no sea de Castilla"; se dio orden de arrancar las viñas de Nuevo Mèxico y Chile para que la falta de vinos locales fomentara el comercio con la metrópoli.(5)

El total abandono de la ganadería en las pampas argentinas, la falta de fomento a la pesca en las costas del Perú, la casi total ausencia de productos agrícolas de exportación en las tierras fértiles de México, Colombia y Chile, todo esto indicaba una falta de interés por parte del capital privado, sino también la pobreza extrema de la clase baja que normalmente se emplea en estos sectores. La mano de obra no producía lo suficiente y apenas tenía para sus sustenso. Lejos estaban pues los capitalistas, si es que éstos verdaderamente existían, de invertir en la producción agrícola y menos todavía en expediciones a tierras desconocidas. Mucho menos podía la plebe buscar nuevas tierras y recursos para su sustento en las fronteras del Imperio.

Existía también una falta de interés por establecerse en tierras similares a las que ya estaban disponibles. El norte de México, las Provincias Internas, no parecían muy diferentes de la Alta California. Si bien eran terrenos fértiles para la agricultura, la falta de agua y la hostilidad de los indios eran dos asuntos de extrema importancia. No bien habían terminado las largas guerras contra los chichimecas, cuando la frontera norte se vio amenazada por apaches, chiricahuas, navajos, comanches, mexcaleros y harapajos, tribus semi-civilizadas que mantenían en constante alerta las fortificaciones de la frontera norte de la Nueva España. Esta amenaza había forzado al gobierno a crear una línea de presidios, establecimientos sui generis cuyas guarniciones estaban constituidas por soldados también singulares en que eran tropas regulares bajo reglamentos propios. Una situación de igual beligerancia podía esperarse en California. El marqués de Rubí, durante su visita a los presidios de la frontera norte en 1767, consideraba que el establecimiento de una colonia en Monterey en la Alta California, era uno de esos "proyectos monstruosos" cuyo costo no justificaría los beneficios.(6)

El deterioro del gobierno español jugó también un rol importante en la falta de recursos destinados a nuevas exploraciones y colonizaciones. Desde la muerte de Felipe II, España no tuvo un líder capaz de guiarla con la sabiduría ni con la determinación que la expansión del Imperio necesitaba. Existía una marcada indolencia en todos los niveles, indolencia que sólo viene a levantar del letargo la dinastía de los Borbones y que a la larga, fracasaría por que llegó demasiado tarde, o porque no fue lo suficientemente eficaz para producir los cambios necesarios. Cuando los criollos llegaron a un mínimo nivel de confianza en sí mismos, que coincidió con la invasión napoleónica, el sistema ya caduco, se auto-destruyó.

El historiador Warren Cook cree que existía en España la opinión que el descubrimiento del estrecho de Anián era contrario a los intereses españoles. "Si se encontrara este paso, el secreto no podría ocultarse de las naciones rivales y sería difícil para España controlar el estrecho y mantener a los extranjeros fuera del Pacífico."(7)

La existencia de este paso no se daba por descartada como puede creerse y las numerosas versiones que circulaban en Europa sobre su existencia así lo prueban.(8)

Por último, es necesario señalar un hecho contundente. El enorme esfuerzo desplegado por España, una pequeña nación europea, en conquistar, poblar y colonizar las Indias, tenía que resultar en un desgaste físico, financiero, sicológico y militar. Tal vez el único recurso español que no sólo se mantuvo incólume, sino que se robusteció, fue el espiritual. Bastante se ha discutido este tema de la expansión de las Indias a expensas de la decadencia de España para continuarlo aquí. Bastará decir que cuando le llegó su turno a California, la nueva tierra no tuvo un Pizarro, un Cortés, un Valdivia o un Balboa.

Un cambio de política

Deben ahora examinarse las causas poderosas que hicieron valer los mismos antiguos argumentos expuestos ya en 1602, para sobreponerse a los impedimentos anteriores. Estas fueron:

1. La expulsión de los jesuitas y la ocupación de sus misiones por los franciscanos.

2. La amenaza de los rusos que habían cruzado el Estrecho de Behring.

3. La nueva dinámica establecida por los Borbones en el trono de España.

4. La presencia en Nueva España de José de Galvez.

Ha quedado en claro que el comerciante indiano buscaba el negocio rápido y seguro, el burócrata trataba de sacar el mejor partido de su empleo, el militar de obtener una destinación cómoda y agradable. No sucedió lo mismo con los religiosos. Los frailes habían llegado con los conquistadores y habían luchado y conquistado con ellos, pero cuando la fuerza avasalladora de la raza se desgastó en lo militar, fueron los misioneros quienes empujaron la fronteras más y más allá, hacia los límites extremos del Imperio. Los jesuitas que habían sido los últimos "regulares" en llegar a la Nueva España, tomaron el territorio que actualmente comprende los estados mejicanos de Nayarit, Sinaloa, Durango, Chihuahua, Sonora y las Californias.

La Isla de California era un problema. El jesuita Johann Jakob Baegert decía que La "isla de arriba a abajo y de costa a costa, no es más que un espinoso montón de rocas o una roca sin senderos y sin agua que se levanta entre dos océanos". (9)

Los primeros esfuerzos misioneros, como la colonia de Hernán Cortés y la de Vizcaíno fracasaron. En 1684, el jesuita Eusebio Kino estableció una misión cerca de la actual Loreto. Un año más tarde debía abandonarla también. Kino seguiría una brillante carrera como misionero, explorador y colonizador en Sonora y Arizona pero no volvió nunca a California.

En 1697 los jesuitas volvían a la península en las personas de los padres Salvatierra y Ugarte y escoltados por un destacamento militar al mando del capitán Romero. La compañía de Jesús estableció 17 misiones en los 72 años que duró su estadía en California. Se estableció un presidio en Loreto al estilo de los que guardaban la frontera de las Provincias Internas. Este puesto militar constituía en un pequeño recinto fortificado con una guarnición de 25 soldados que no estuvo asociado con los presidios de las línea de la frontera. Más tarde, estuvo bajo el comando del gobernador de las Californias sirviendo de residencia al gobernador hasta 1777 en que se establecieron gobiernos separados. (10)

En este puerto se estableció también un depósito de víveres y materiales con que se mantuvieron las misiones.

El 24 de junio de 1767, el Virrey de México abrió un sobre sellado en el que se le daban instrucciones secretas de expulsar a los jesuitas de todo el territorio. El encargado de llevar a cabo esta orden en Baja California, fue el gobernador recién nombrado, Don Gaspar de Portolá. Portolá cumplió la orden que le parecía injusta, contraproducente y en sumo desagradable de acatarla. El 3 de febrero de 1768 embarcaba en Loreto con destino al continente a 16 jesuitas que dejaban atrás sus misiones para ir a vivir en un inmerecido exilio.

Las misiones jesuitas en la Nueva España pasaron a los franciscanos. Esta orden se hizo cargo de 14 de las misiones jesuitas en Baja California y establecieron una nueva misión, San Fernando, al extremo norte de la influencia de la Compañía. Estos franciscanos venían del Colegio de San Fernando en la ciudad de México. No se sabe a quienes se les reveló la verdadera dimensión de su nueva misión: el establecimiento de misiones en San Diego y en Monterey, pero los planes ya estaban en estudio y es muy posible que hubiera participado en su formulación el nuevo superior de las misiones bajacalifornianas, Fray Junípero Serra.

Las amenazas de posibles conquistas y colonizaciones de potencias extranjeras, como Inglaterra, Holanda y Francia no era nada nuevo para la corona española y los Virreyes y sus subalternos se mantenían en constante alerta contra posibles violaciones de su soberanía. Se sabía de buques ingleses y hasta de sus colonias anglo-americanas en las costas del noroeste, pero, como se ha visto, no eran motivo suficiente como para poblar California. Pero había aparecido en el Pacífico un nuevo imperio. Los rusos habían explorado la costa de Alaska entre 1741 y 1765. Ya en febrero de 1730 una expedición al mando de Vitus Behring había reconocido la costa entre los dos continentes, Asia y América, descubierto las Aleutianas y aunque el capitán falleció durante el viaje, su gente volvió con las pieles de nutria que darían origen al comercio de las pieles, especialmente con China. Un pequeño establecimiento ruso había sido erigido en la Isla de Kodiak. La corona no estaba segura hasta donde podría hacer valer sus derechos en la costa del Oeste de América, pero lo principal era enfrentar a los rusos lo más al norte posible.

Es imposible saber si fue el propio Carlos III, o uno de sus ministros, o el Consejo de Indias, o la opinión de José de Gálvez, o los franciscanos impulsados por su celo misionero, o tal vez una combinación de todos estos elementos, lo que motivó la real orden dirigida al Virrey de la Nueva España, Marqués de Croix, de ocupar los puertos de San Diego y Monterrey con el fin de salvaguardar aquella parte de sus dominios de todo insulto o invasión. Lo cierto es que la Corte de Madrid había despertado por fin de su letargo y se dio la orden perentoria al Virrey de organizar cuanto antes una expedición que cumpliera los reales deseos de llevar el evangelio y la soberanía del Rey a aquellos límites, "todavía no conocidos del inmenso continente".(11)

José de Galvez era un alto personaje castellano, miembro del Consejo de Indias y "del consejo y cámara de su Magestad", de gran influencia en la corte. Se encontraba en México como "Visitador General" desde 1765. Este cargo, como es sabido, involucraba poderes y atribuciones que a veces sobrepasaban las del Virrey. Galvez había venido con plenos poderes para investigar y reformar las finanzas reales que como se ha visto, necesitaban de una revisión profunda. La autoridad de Galvez, se extendía en todos los sectores del virreinato. Había pedido y obtenido el relevo del Virrey Cruillas y si algún poder se atribuyó sin tener autoridad para ello, Croix se lo delegó especialmente. Recibió y acató, como Croix, la orden de expulsión de los jesuitas. Cuando se le comunicó la real orden de ocupar Alta California, desplegó tal celo, como se verá más adelante, que sus esfuerzos y actuaciones lo hacen, según Bancroft "en el primero de los pioneros de California, aunque nunca puso pié en el estado."(12)

En Mayo de 1768 emprendía José de Galvez su segundo viaje por el norte de México. Cuando se encontraba en viaje entre Guadalajara y la costa, fue alcanzado por un correo que traía comunicaciones del Virrey Croix. El mensaje era importante. Se trataba de comunicar al Visitador que su Majestad había ordenado la inmediata ocupación de la Alta California. Para esto, el Virrey pedía a Gálvez que organizara cuanto antes, una expedición marítima. Gálvez escribiría más tarde que recibió a través de Croix, una orden directa del Marqués de Grimaldi, Primer Secretario de Estado, en la cual, su Majestad le ordenaba dar los pasos necesarios para resguardar la península de las incursiones de los rusos que ya habían llegado desde el Mar Tártaro a explorar las costas de la Alta California.(13)

Una vez en la costa del Pacífico, el Visitador inspeccionó y estudió las diferentes oportunidades que se le ofrecían en los puertos y decidió que el puerto de San Blas sería la sede de una base naval y de un depósito de abastecimientos para las nuevas colonias. Comenzó nombrando autoridades y dándoles instrucciones específicas sobre la organización del nuevo establecimiento y de la reparación y carena urgente de los bergantines San Carlos y Príncipe para el próximo viaje al norte. (14)

Estos dos buques han sido clasificados como "paquebotes", clasificación que dice muy poco del tipo de nave. Eran en realidad bergantines o bergantines-goletas, buque de dos palos con tres velas redondas en cada uno. Al mayor o mesana se le agregaba un palo largo, vertical, conocido como esnón. Por este se corría una vela triangular similar a la cangreja pero sin botavara. Eran muy similares y desplazaban 193 toneladas cada uno. Habían sido construidos bajo la dirección de Francisco Pacheco en Río Santiago y entregados en San Blas en Octubre y Noviembre de 1767. El San Carlos era también conocido como El Toisón de Oro y el Príncipe, como San Antonio. Bancroft nos dice que "estos buques, construidos con rapidez e imperfectos como todos los de la costa del Pacífico, habían encontrado mal tiempo y hacían agua."(15)

Existían también dos goletas de 30 toneladas, Sonora y Sinaloa y dos paquebotes o bergantines más viejos, Concepción y Laureana que habían sido confiscados a los jesuitas. Estaba también bajo construcción el paquebote San José.

Para financiar en parte el mantenimiento del departamento, Gálvez ordenó que las utilidades de las salinas de Nueva Galicia, que eran considerables, se entregaran a la tesorería de San Blas y al mismo tiempo organizaba un estanco del tabaco que serviría también para financiar el Departamento Naval.

El visitador llamó a una Junta en San Blas que se reunió el 16 de mayo de 1768. En esta reunión se discutieron los detalles y se echaron las bases para la expedición a California.(16)

Gálvez había leído los documentos de las expediciones anteriores, o por lo menos, conocía sus pormenores con cierta certeza. Sabía que era necesario proveer para el bienestar de la tripulación en cuanto a la aguada y las provisiones de boca. Sabiendo que éstas debían cargarse lo más tardíamente posible, ordenó que apenas estuvieran listos los dos bajeles seleccionados para el viaje, se les enviara a San José del Cabo en la punta de Baja California donde los haría cargar las provisiones restantes y dar las últimas instrucciones a los capitanes.

Se habían asignado a la expedición veinticinco soldados selecciones por su robustez de la milicia de Guanajuato. Como los soldados prometidos no aparecían, el Visitador dio ordenes al teniente Pedro Fages para que se embarcara con 25 soldados de la Compañía Franca de Voluntarios de Cataluña. Se trataba de dos compañías de infantería, prácticamente independientes. Originalmente destinadas a La Havana, sirvieron en la Nueva España, especialmente en Sonora. Fages y su destacamento debieron trasladarse desde Guaymas donde estaban acantonados. Si bien originalmente, estaban formadas por soldados catalanes, lo eran ahora de diferentes orígenes debido "a la costumbre de los cuerpos peninsulares de cubrir vacantes sobre el terreno". (17)

Sin embargo, esta tropa mantenía el prestigio, la voluntad y disciplina del soldado europeo. Esta unidad se había creado en Barcelona y sus oficiales venían del primer batallón, segundo regimiento de infantería ligera. Al mando del capitán Agustín Callis, había salido de Cádiz el 27 de mayo de 1767.(18)

Este cuerpo estaba formado por catalanes y de no haberlos, de europeos, pero bajo ninguna circunstancia, criollos. (19)

Gálvez, por razones que no conocemos, reemplazó al capitán del Príncipe, Antonio Faveau y Quesada por Juan Pérez. El San Carlos retuvo a su comandante, Vicente Vila.

El Visitador continuó su viaje de inspección por la costa y se embarcó luego en la goleta Sinaloa para viajar a California donde esperaría a los dos buques de San Blas. Allí tuvo que esperar tres meses. Por razones que no satisficieron a Gálvez las naves retrasaron su partida del puerto, encontraron mal tiempo y llegaron a Baja California en pésimas condiciones, con los víveres dañados por el agua, el velamen y la jarcia prácticamente destruidos y con los cascos haciendo agua. El incansable visitador no buscó culpables. Su primera misión era hacer salir cuanto antes la expedición, proveerla de los mejores arreos y provisiones posibles y evitar la repetición de los desastres anteriores. En 15 días había carenado el San Carlos, acumulado provisiones, restablecido la salud de los tripulantes y pasajeros, de tal manera, que el 11 de enero de 1769 partía por fin, la primera parte de la expedición. El Príncipe que para entonces no había llegado a la península, lo seguiría más tarde.

Juan Pérez llegó con su bergantín en mejores condiciones que su compañero, pero fue necesario reaprovisionarlo y carenarlo para su viaje al norte. Gálvez llevó las provisiones en las goletas hasta Cabo San Lucas y de allí podía despachar al segundo buque hacia la Alta California, el 15 de Febrero de 1769.

Las dos columnas de exploración por tierra

Mientras tanto, se organizaba en Loreto la expedición terrestre. Gálvez nombró como comandante en jefe de la expedición de mar y tierra a Don Gaspar de Portolá, capitán de Dragones del Regimiento España que ejercía como gobernador de Baja California y quien, como se ha visto, tuvo la desagradable tarea de expulsar a los jesuitas. Gálvez confiaba en Portolá y se limitó a proveerlo de ganados y pertrechos. La expedición necesitaba caballos, mulas, ganado en pié, granos, harina, armas y municiones. Tan pronto como fue posible, se envió hacia el norte al capitán Fernando de Rivera y Moncada que comandaba la guarnición de Loreto. Rivera continuó recolectando víveres de las misiones en que pernoctó en su viaje al norte, hasta llegar a Santa María que era la más serpentrional. Pero como no encontrara pastos para el forraje, siguió más al norte estableciendo un campamento en Velicatá, unos 55 kilómetros al norte de la misión. Se reunieron allí Rivera con sus 25 soldados de cuera, el padre Juan Crespí, el pilotín José de Cañizares, cuya misión era hacer las observaciones y llevar un diario, tres arrieros y unos cincuenta indios. Arriaban más de 200 cabezas de ganado y llevaban 140 caballos. Las provisiones se cargaban en 180 mulas.(20)

Debemos detenernos aquí para hacer una breve descripción de estos 25 soldados presidiales, que constituían, junto con los 25 voluntarios de Cataluña, la fuerza militar de la expedición. Debe quedar en claro que el soldado presidial no era un presidiario. Por el contrario, era soldado voluntario que se alistaba por un período de diez años en el ejército. Si bien era parte del ejército regular, como los cuerpos de la metrópoli y los de la Nueva España, se regía por un reglamento propio exigido por las circunstancias bastante especiales en que actuaba. Se le conocía como "soldado de cuera" por la curiosa protección que llevaba. Se ha dicho que la "cuera" era copia de la armadura que usaban los aztecas pero éstas no aparecen en las crónicas de los conquistadores. La protección de los aztecas era un corselete de algodón. Parecen ser más bien de origen europeo. Los lansquenetes, tropas flamencas que trajo a España Carlos V, usaban un corselete de ante muy similar. Era la cuera una larga jaquetilla que cubría el cuerpo desde el cuello hasta las rodillas. Estaba formado por seis o más capas de piel de venado, de manera que podía detener una flecha indígena, pero al mismo tiempo impedía notoriamente los movimientos del jinete. Se suponía que el soldado de cuera era un "dragón", es decir que podía combatir a pié o a caballo, pero su armamento corresponde mas bien a la de coraceros o lanceros. Los soldados de cuera formaban escuadrones de caballería pesada. Estaban armados de espada, lanza, pistolas y mosquetes y como elemento defensivo, además de la cuera, portaban una adarga.(21)

No se crea tampoco que los había lanceros, mosqueteros o sableadores, no. Cada soldado llevaba todas estas armas. Necesitaba de siete a diez caballos pues es posible que con la silla y los armamentos se doblara el peso del jinete. El soldado Californiano usaba además zahones o chaparreras de cuero para proteger las piernas y los muslos de los arbustos espinosos que cubrían gran parte del país. Se usaron también tiras de suela que protegían al caballo cayendo de los encuentros hasta las rodillas y es probable que algunos de los soldados de Loreto llevaran esta protección adicional que los soldados de cuera llamaron "armas" o "defensas".(22)

Los estribos eran de madera para proteger el pié del jinete. Según Max Moorhead, el equipo del soldado de cuera pesaba 60 kilos.(23)

Si a ésto sumamos las provisiones de boca que el soldado debía llevar en campaña--y la expedición a California lo era, sin duda--llegamos a un total de 72 kilos que debía cargar la pobre bestia, además del peso del expedicionario.

La tropa de la frontera se componía de una mitad de europeos españoles o criollos y la otra de gente de sangre mixta: mestizos, mulatos, moriscos, coyotes, lobos y un pequeño porcentaje de indios. No sabemos exactamente la composición racial de esos 25 primeros soldados que expedicionaron sobre California, pero podemos suponer que no diferían en mucho de las otras tropas de la frontera. En cuanto a su preparación eran sin duda, gente que sabía su oficio, tropa aguerrida y veterana que había batallado contra indios y ducha en el arte de maniobrar a pie y a caballo. Su nivel intelectual era bajo. Muy pocos sabían leer o escribir, probablemente sólo cinco del grupo. No conocemos tampoco la edad de esta tropa pero hemos de suponer que eran, en su mayoría, hombres maduros que ya habían servido en otros presidios de la frontera antes de viajar a la península.

Moorhead resume las características de la tropa de cuera así:

La compañía presidial era una unidad militar única, distinta del ejército regular y de las compañías milicianas de provincia. Reclutada en su mayoría de la población de la frontera, era sólo nominalmente española en su personal y deficiente en su educación. A través de los años estas compañías tenían la tendencia a crecer en número y tamaño. Sus tropas estaban más completamente armadas, aisladas y montadas que los regulares pero eran más indisciplinadas y con menos entrenamiento. Sin duda que eran mejor adaptadas que los veteranos españolas para las pesadas labores y la solitaria existencia a la que estaban sometidos.(24)

Así, el 24 de marzo de 1769 daba el capitán Rivera la orden de marcha desde Velicatá. El viaje al norte no ofrece novedades de interés. Día tras día, el mismo monótono paisaje de tierra estéril, árida, con escasa vegetación y casi sin agua, terreno rocoso y cubierto de chaparros espinudos. Rivera trató de seguir la línea de la costa de manera que no podía pasar de largo el puerto de San Diego, punto de reunión que esperaba encontrar en la latitud 32 N. Algunos de los indios auxiliares fallecieron durante el camino, la mayoría desertaron. Las tribus indígenas parecían pacíficas y los soldados no se acercaron a las rancherías. En sólo una oportunidad se hizo un amago de ataque pero las flechas cayeron a una distancia que no ofrecía peligro al grupo. El 9 de mayo, después de 46 días de camino les salió al encuentro un gran número de indios que gritaban y corrían a
encontrarlos. Estos amistosos nativos les comunicaron por medio de señas que dos barcos habían pasado por la costa. Tres días después y desde el alto de una meseta, pudieron observar en la lejanía, la bahía de San Diego, las islas de Coronado y los mástiles de las dos embarcaciones que los habían precedido.

Rodeados de indios, los soldados se acercaron al campamento de la gente que había venido por mar y Rivera ordenó una descarga general de los mosquetes, lo que debe haber ahuyentado a la mayoría de los indios. "Inmediatamente--nos dice Crespí--los tres padres que habían llegado en las barcas y los oficiales que se encontraban en tierra, vinieron a encontrarnos y nos abrazamos y felicitamos de estar todos reunidos en el puerto de San Diego".(25)

Esta primera expedición terrestre pasaría a la historia como una de las más exitosas que llegaron a California. En dos meses, consumiendo medias raciones, había llegado a su destino sin perder un sólo soldado y sin un enfermo. El soldado de cuera había demostrado su capacidad pasando la mayor parte de cada jornada en su cabalgadura, comiendo sólo tres tortillas al día, a veces sin dormir, en un desierto sin agua ni refugio por un espacio de dos meses.

El capitán Rivera y Moncada debe haberse alegrado de sobremanera con la recepción que se le tributaba. Ahora había que esperar a Portolá con el cuarto componente de la expedición. Pero también su desilusión debe haber sido grande cuando se enteró de los pormenores y los resultados del viaje por mar.

La desastrosa expedición marítima

El San Antonio había sido el primero en llegar a la bahía el 11 de abril de 1769. El viaje al norte no había estado exento de los tropiezos y dificultades que presentaba una travesía por mar con el viento y la corriente en contra. Con algunos casos de escorbuto, el bergantín llegó a una de las islas del canal de Santa Barbara que llamaron Santa Cruz. La actitud y los indios canaleños era amistosa y pudieron cambiar pescado fresco por collares de cuentas y otras chucherías. Pérez calculó la latitud como 34 40' y sabiendo que San Diego se encontraba medio grado más al sur volvió hacia la dirección de donde había venido y acercándose a la costa reconoció y dobló Punta Guijarros, la entrada del puerto de San Diego. Había ocurrido que dos errores, una en la ubicación del puerto y el otro en la posición del buque, se combinaron para dar con el destino deseado.

Los indios se mostraron también dóciles y amistosos pero no había señal alguna de las expediciones terrestres ni del San Carlos que lo había precedido en el zarpe por más de un mes. Sus ordenes eran esperar veinte días y si no aparecían sus compañeros de dirigirse a Monterey. Como el buque no llevaba soldados, Pérez no permitió desembarcar a los misioneros y no intentó tampoco explorar el país. Una patrulla desembarcó a "buscar un aguaje de donde surtirse, y llenar la barrilería de buen agua para el uso de la gente."(26)

El eficiente Pérez había ya plantado una cruz y enterrado cartas como último de sus preparativos para continuar al norte cuando, dos días antes de que expirara el plazo apareció una vela en el horizonte. Se trataba de la tan esperada capitana que vino a fondear al costado del bergantín pero sin que de sus costados se desprendiera bote alguno. Sorprendido Pérez se dirigió en persona a visitar al comandante y allí se encontró con un desolador espectáculo.

El capitán Vicente Vila, piloto mayor y comandante del San Carlos era una de las dos personas sanas que venían abordo. Los toneles de agua dulce se habían resquebrajado y perdido casi todo su contenido. El agua que quedó estaba contaminada. Hubo que hacer aguada en la isla de Cedros, agua que resultó de mala calidad y que hubo que embarcar en los mismos barriles con sus filtraciones y sus contaminaciones. Esta prolongación del viaje, la mala calidad del agua y la falta de alimentos frescos enfermó a la tripulación de manera que no había quien marinerara los botes para refrescar el agua. Por fin, después de 110 días de azarosa navegación habían llegado al puerto de su destino.

Pérez hizo que la tripulación del San Antonio desembarcara a los enfermos y con las velas de los buques construyó carpas en las que el Dr. Prat y los tres sacerdotes mitigaron en los posible el sufrimiento de los enfermos. Era el Dr. Pedro Prat, cirujano del real ejército que viajaba con los voluntarios de Cataluña. Se ha dicho que era francés pero nos inclinamos por creer que era catalán. Todos los historiadores están de acuerdo que el mal era el escorbuto pero es muy posible que se tratara de una enfermedad infecciosa, probablemente salmonela, contraída en los malhadados toneles, ya que la gente de Pérez cayó enferma por contagio. La epidemia fue fatal para casi la tercera parte de los expedicionarios y aunque se cree que murieron más de 60, este número no puede comprobarse ya que no se sabe, a ciencia cierta, la tripulación exacta del San Antonio. Curiosamente no falleció un sólo oficial o sacerdote. Se dio entierro a las víctimas de la epidemia en un lugar arenoso que conservó por mucho años un nombre fatídico: La Punta de los Muertos.

Establecimiento del campamento de San Diego

El teniente Fages que por instrucciones de Gálvez era el comandante accidental de la expedición decidió que bajo estas circunstancias era imposible continuar el viaje a Monterey desobedeciendo las detalladas instrucciones que traía. Coincidió en esta apreciación Don Miguel de Costansó, ingeniero del real ejército que Gálvez había hecho incluir en la expedición.(27)

Rivera pues, no había llegado con su gente extenuada a recibir el merecido descanso que necesitaba sino a socorrer a la expedición marítima.

El sexto punto de las instrucciones de Gálvez indicaban que deberían levantarse algunos edificios que servirían de guardia y custodia a la misión que se pensaba erigir en ese lugar. Rivera escogió un lugar más al norte de donde se había levantado la tienda para los enfermos y por seis semanas toda la gente que pudo, se abocó en levantar un campamento más permanente. Se erigió una empalizada, corrales para las bestias, algunas chozas y ramadas trasladándose al lugar la carpa y los enfermos. En este lugar, al pié de lo que hoy se conoce como Presidio Hill y junto a una ranchería india llamada Cosoy, se establecería el primero de los reales presidios de California. Pero faltaba todavía la llegada del comandante Gaspar de Portolá y la del padre Presidente Junípero Serra que viajaban juntos por tierra, siguiendo la ruta de Rivera y sus 25 soldados de cuera.

Serra y Portolá se reunieron en la misión de Santa María el 5 de mayo de 1769. Después de extraer de la antigua iglesia jesuita cuanto objeto útil pudieron cargar, se dirigieron a Velicatá. Allí se procedió a la fundación de una nueva misión, San Fernando. Se levantó una cruz, se colgaron las campanas y por primera vez pudo el padre Serra entrar en contacto con indios a los que no había llegado la civilización ni el evangelio.

Pero Serra y Portolá permanecieron sólo tres días en San Fernando. Reunidos el sargento Ortega con diez soldados de cuera, cuatro arrieros o muleros, cuarenta y cuatro indios auxiliares y dos sirvientes, salieron al norte el 15 de mayo arriando una considerable partida de ganado y su tren de mulas cargado de provisiones y elementos para las misiones.

Dice Portolá que a los pocos días se les acabó la comida, lo que parece muy fuera de lugar después de leer las exactas instrucciones de Gálvez. Aunque no lo menciona, queda la posibilidad de que los indios auxiliares se escaparon con algunas mulas pues nos dice que muchos, por necesidad, abandonaron la expedición. Tuvo pues Portolá que recurrir a la caza de conejos, gansos silvestres y otras aves y cuando se acercaron al mar, a recoger mariscos y pescados pequeños. Pero lo peor, fue la falta de agua habiendo tenido que pasar hasta tres y cuatro días, hombres y bestias, sin bebida alguna.

El diario de Portolá es bastante escueto y no da muchos detalles del viaje. El padre Palou en su biografía del Padre Serra describe con ciertos detalles los sufrimientos de este santo varón que insistió en continuar el viaje aún cuando Portolá le sugirió varias veces que volviera a Velicatá. Portolá envió al sargento Ortega con una escolta como vanguardia, cuando creyó que se encontraba cerca de su destino. Tres días más tarde recibía una escolta de diez soldados que Rivera había enviado a encontrarlo y fue así como el primero de junio se reunían en San Diego los cuatro elementos de la expedición.(28)

La llegada de Portolá con sus 163 mulas cargadas de provisiones había sido providencial. No quedaban sino dos tripulantes del San Carlos, los voluntarios de Cataluña estaban diezmados, la tripulación del San Antonio todavía enferma. No podría culpárseles si Serra y Portolá hubieran decidido detenerse allí hasta recibir recursos y refuerzos desde México. Pero todavía quedaba en estos catalanes el espíritu personal de empresa, el impulso irrefrenable de la fe y la lealtad férrea al soberano.(29)

Su deseo de seguir adelante, siempre adelante, contra todas las adversidades, hace recordar a aquél gran extremeño Don Pedro de Valdivia que escribiera a su Rey:

Los trabajos de la guerra, invíctisimo césar, puédenlos pasar los hombres porque loor es al soldado morir peleando, pero los del hambre, concurriendo con ellos, para lo sufrir, más que hombres han de ser.

El elusivo y famoso puerto de Monterey

Ya se ha visto que Portolá estaba dispuesto a continuar su viaje hasta Monterey en cumplimiento de las ordenes que llevaba. Consultó con Vila sobre las posibilidades de marinerar el San Carlos con soldados, pero como faltaban el contramaestre, carpintero, timonel y otros hombres claves en el equipaje, Vila sugirió enviar de vuelta a San Blas al San Antonio con todos los marineros hábiles de manera que pudiera traer gente con que tripular ambas naves. Mientras tanto, el esperaría la llegada del San José o el retorno de Pérez con el San Antonio. Así se hizo, permaneciendo Vila abordo del buque durante la ausencia de Portolá.

Tuvo el gobernador Portolá que desprenderse de diez soldados de cuera pues era necesario dejar una guarnición que protegiera a los enfermos de los indios, medida que resultaría totalmente justificada días más tarde. Al cuidado de los enfermos quedó el cirujano Prat, el capitán Vila, el padre Serra con otros dos sacerdotes, algunos indios auxiliares y otras personas que no pasaban de 40 en número.

La expedición a Monterey contaba con 27 soldados de cuera encabezados por el sargento Joseph Ortega y mandados por Rivera; Fages con sus diezmados voluntarios de Cataluña que sumaban sólo seis; el ingeniero Costansó; dos sacerdotes, Crespí y Gómez; seis arrieros, dos sirvientes y 15 indios cristianos, un total de 64 personas. Portolá hizo cargar cien mulas con provisiones para seis meses. Confiaba que en Monterey se le juntaría el San José con el refuerzo de provisiones que ya habría enviado Galvez.

Sólo quince días después de su llegada salía ya Portolá a la cabeza de su destacamento en demanda de Monterey. Como se trataba de territorio desconocido fue necesario organizar la marcha de manera que se utilizara el tiempo de la mejor forma posible, que se protegieran los caballos y las provisiones y se avanzara rápidamente ante lo avanzado de la estación. El viaje ha sido narrado detalladamente por el padre Crespí y en documentos oficiales por no menos de otros cinco participantes. Es posible reconstruir las jornadas de viaje desde el 14 de Julio hasta llegar a su límite norte, el 30 de Octubre. En esta descripción aparecen muchos lugares geográficos que aún conservan su nombre. Para los propósitos de este estudio bastará con mencionar los más importantes acontecimientos.

Desde el comienzo se observó un estricto orden de marcha. El hábil y experimentado Sargento Ortega, gastador y guía veterano, llevaba la vanguardia con seis u ocho soldados que se turnaban en esta tarea. La vanguardia reconocía el terreno, buscaba los pasos, los vados en los ríos y arroyos y marcaba el camino a seguir. Durante cada jornada se cubrían entre dos y cuatro leguas, según fuera las facilidades que ofrecía el camino. Ortega seleccionaba con un día o más de anticipación el lugar del próximo campamento considerando para esto la provisión de agua, leña, forrajes y protección contra ataques inesperados de los indios. En más de una ocasión tuvo que aclarar el camino de los aborígenes que lo rodeaban.

Luego avanzaba Portolá con sus oficiales, Fages, Costansó y los dos frailes, protegidos todos por los seis voluntarios catalanes. Tras ellos marchaban los indios cristianos y los sirvientes, llevando instrumentos de trabajo como palas, azadones, chuzos y hachas.(30)

Los pertrechos y provisiones de boca, custodiados por el resto de los soldados de cuera, marchaban en cuatro pelotones a cargo de los arrieros. Cerraba la marcha el capitán Rivera con la caballada de repuesto y las mulas que esa jornada no llevaban cargas. Una pequeña escolta ayudaba a mantener la caballada y mulada en orden. Esta tropilla iba a dar innumerables problemas. Viajando y pernoctando en lugares desconocidos, bastaba el grito de un ave, la aparición de un animal salvaje, para que las bestias se espantaran y se esparcieran. Muchas veces ocurría durante la noche y la mayor parte del día siguiente se pasaba rodeando y buscando los animales extraviadas que a veces volvían lastimados y otras veces se perdían en los llanos o cañadones desconocidos. Costansó, oficial regular del ejército real pudo comprobar las bondades del soldado de cuera que militaba en la frontera. Dice en su diario:

Son Hombres de mucho aguante, y sufrimiento en la fatiga; obedientes, resueltos, ágiles y no dificultamos decir, que son los mayores Ginetes del mundo, y de aquellos Soldados que mejor ganan el Pan al Augusto Monarca a quién sirven.(31)

El 18 de Julio, habiendo avanzado unas 10 leguas entraban al territorio de los indios Shoshones que tenían un lenguaje diferente de los Yumas, esto es, los que poblaban San Diego. Acampando en el lugar donde hoy se alza Los Angeles, los soprendió un gran temblor junto a un río que llamaron de la Porciúncula y de los Temblores. Después de cruzar diversos arroyos en los que manaba pez, brea, chapopote y otras substancias que atestiguaban la presencia de petróleo, siguieron la costa llegando a las márgenes del canal de Santa Barbara. Reconocieron desde tierra las islas ya tantas veces descritas por los navegantes y que el propio Fages y Costansó habían visitado meses antes y se encontraron con indios que vivían en casas de forma esférica construidas de ramas y barros y mucho más numerosas de lo que antes se había visto. Pudieron observar con mayor detalle las canoas o cayucos que había descrito Cabrillo, con que los indios se hacían al mar, notando que eran de madera de pino, alquitranadas para impermeabilizar sus junturas y de gran tamaño pues algunas llevaban hasta diez hombres. Sin duda que este era el "pueblo de las canoas".(32)

Al llegar al final del valle de Santa Barbara encontraron otra vez que la sierra les impedía el paso. Uno de los soldados mató allí una gaviota dándole al paso el nombre que hasta hoy día conserva, "Gaviota Pass". Adentrándose hacia el interior de la costa encontraron numerosos osos. El primero que mataron resultó un animal famélico que dio origen a otro nombre geográfico, Oso Flaco. Una nueva cacería ursina trajo resultados contradictorios. Por un lado, mataron un descomunal animal el más grande que nadie había visto. Medía 14 palmos, más de 3 metros, y pesaba unas 15 arrobas, 170 kilos. Cuando enfrentaron a 15 ó 16 animales, los "ferocísimos brutos" tomaron la ofensiva. Uno atacó un soldado. Otro atacó e hirió dos mulas escapando después de recibir un tiro de bala y un tercero recibió nueve balazos antes de sucumbir. El lugar recibiría un nombre apropiado que conserva hasta hoy: Cañada de los Osos. La carne resultó apetitosa y de agradable y fuerte sabor.

En esta mismo región encontraron una ranchería en la que Fages dice: "El cacique o comandante de la ranchería tenía una disforme lupia o buche que le colgaba del pescuezo y al instante se le puso por los soldados a todo el sitio la Ranchería del Buchón."(33)

No conociendo la geografía, la expedición trató de seguir la costa al norte de la actual Bahía del Morro, probablemente la más difícil ruta en la costa de California. Después de diez leguas de marcha y de haber alcanzado una latitud que Costansó calculó como 35 45', decidió Portolá escalar la sierra que era la de Santa Lucía ya descrita por Cabrillo y Vizcaíno. Fue una medida acertada. Cuatro días después llegaban a un extenso valle por el cual corría un río que llamaron San Elizario o Santa Delfina, hoy conocido como Salinas. De allí en adelante el camino es fácil. Pastos abundantes, el río con su caudal provee de bebida y alimento por las aves acuáticas que atrae y sirve de guía, pues los lleva hacia su desembocadura.

Al divisar el mar avistan e identifican correctamente Punta Pinos, uno de los accidentes geográficos que permiten identificar a Monterey. Portolá ordenó detenerse, levantar campamento y explorar más detenidamente. Observando la bahía desde un cerro los expedicionarios identifican la Punta Año Nuevo hacia el norte, Punta Pinos hacia el sudoeste, pero la ensenada que se presenta ante sus ojos no corresponde al "famoso puerto" de Monterey. Grandes dunas de arena bordean la playa. Rivera con ocho soldados se dirige hacia el sur. Cruza la playa del actual Monterey, llega a Punta Pinos y luego sigue la ruta que hoy se conoce como "17 millas", pasa frente a la bahía de Carmel, cruza el río que con la estación es un arroyuelo que apenas tiene caudal y alcanza hasta donde la Sierra de Santa Lucía le cierra el paso al sur.

Descubrimiento de San Francisco

Portolá convoca una junta de guerra cuya acta se encuentra en el manuscrito que describe su viaje. Por ella sabemos que Don Gaspar expone que este lugar no puede ser Monterey pues el gran río Carmelo es un arroyo, el lago, unas lagunillas, el famoso puerto es una ensenada y que no se puede continuar la búsqueda pues hay 11 enfermos y las provisiones se han reducido a 50 costales de harina. Costansó cree que el puerto se encuentra en latitud 37 30' o más arriba y que deben continuar. Fages cree que el puerto está más adelante y que deben continuar hasta más allá del 37. Rivera cree que Monterey no existe pues no está donde debiera estar y que deben encontrar otro lugar para establecer el puerto. Portolá después de escuchar estas opiniones decidió que descansarían por 6 días, que seguirían al norte hasta donde pudieran y que eligirían un lugar apropiado si Monterey no aparecía. Todos los oficiales y los dos franciscanos firmaron su acuerdo sobre el plan. (34)

Los enfermos presentaban un problema, No podían dejarse atrás o abandonarse y como no podían caminar se les acomodaba en "tijeras" que se llevaban entre dos caballares y que recordaban a Crespí como viajaban las mujeres andaluzas. Cada anochecer se les frotaban las piernas con aceite de oliva pero el remedio no surtía efecto. Terminado los seis días de descanso fue necesario llevar a once de los inválidos en las improvisadas camillas. Un poco más al norte, cerca del actual Watsonville llegaron a un río donde los indios habían levantado un enorme pájaro disecado al parecer para celebrar una ceremonia religiosa. No nos ha llegado la descripción del evento, pero el nombre quedó hasta hoy, Río Pájaro. Una jornada más los llevó hasta un bosque de árboles enormes que ni ocho hombres con los brazos extendidos podían rodear el tronco. Costansó dice que eran los más altos, los más rectos, que había visto jamás con diámetros de 5 ó 6 varas. Y el padre Juan dice que al no conocerse el nombre se les dio el de su color: palo colorado. La traducción de este nombre daría Redwood en idioma inglés, nombre por el cuál se conoce esta madera.

Continuaron la lenta y penosa marcha al norte. A la enfermedad que llevaban vino a sumarse otra, la diarrea. Nadie escapó esta vez, pero el nuevo mal alivió el escorbuto. Muchos de los enfermos se sintieron mejor, sus miembros perdieron la hinchazón y fue posible continuar hacia el norte siguiendo la costa. El 31 de Octubre llegaban a un ancón formado por un arroyuelo. Hacía buen tiempo y el cielo estaba despejado. Las rocas de la playa estaban cubiertas de almejas y otros mariscos que proveyeron por fin, una cena abundante y nutritiva. Se denominó el lugar, Punta de las Almejas. Subiendo por la ladera del cerro Portolá pudo observar el horizonte. La visión que se presentó ante sus ojos debió haber sido la que esperaba. Hacia el mar se distinguían seis o siete farellones, hacia el noroeste un promontorio se alzaba sobre el horizonte, hacia el norte acantilados blancos indicaban la ribera norte de una gran ensenada. Esta vez no había duda. Se encontraban frente al puerto de San Francisco. El promontorio era la Punta de los Reyes y los farellones las islas que confirmaban la posición exacta de donde se encontraban. (35)

Portolá decidió que Ortega con un piquete se adelantara hasta la Punta de los Reyes bordeando siempre la costa. Ortega debería retornar a los tres días. Mientras tanto, el resto de la expedición descansaría en ese lugar.

Al día siguiente, el dos de noviembre, un grupo de soldados, probablemente encabezados por el sargento Juan Puig de los voluntarios de Cataluña salió a cazar ciervos. Desaparecieron tras la montaña dirigiéndose hacia el este. Volvieron al anochecer con una noticia inesperada. Desde lo alto de la montaña habían divisado un gran estero que se internaba hacia el interior donde pudieron ver una bahía, praderas cubiertas de árboles y muchos humos que indicaban numerosos rancherías. Los soldados opinaron que Ortega no podría llegar a Punta de los Reyes pues era imposible bordear el estero en tres días, tal era su tamaño. Los oficiales creyeron que el estero era el que describía Cabrero Bueno.

Ortega confirmó a su retorno que se había encontrado con el gran estero o brazo de mar y que los indios le habían dado a entender por señas que se encontraban a dos días de una bahía donde estaba anclado un barco. Surge aquí una pregunta necesaria pero que su respuesta tiene poca importancia: ¿Quien descubrió la entrada del Golden Gate y la gran bahía de San Francisco? Por una parte, Puig fue el primero en traer la noticia al campamento donde se encontraban Portolá, Crespí y Costansó que más tarde escribirían la narración del descubrimiento. Por otro lado, si Ortega salió el día anterior, es lógica suponer que el y su piquete fueron los primeros europeos o criollos en avistar la entrada al gran puerto. Lo que no tiene explicación posible es que Portolá no haya reconocido el haber encontrado el puerto ideal para servir de base principal al Imperio español en el Pacífico Norte. Fácil de encontrar gracias a los Farallones que se encuentran frente a él, una bahía enorme abrigada y con abundante agua dulce. Las lomas abundaban en palo colorado, robles y otras maderas de primera calidad. ¿Es posible que Portolá no se diera cuenta de la importancia de su descubrimiento? Al parecer la gran autoridad de Galvez y su perentoria orden de que se estableciera el presidio y misión en Monterey pesaba más que la lógica.

Siguiendo la costa hacia el sur, acamparon en las márgenes del arroyo de San Francisquito bajo la sombra de un árbol enorme que llamaron el Palo Alto, árbol que años más tarde daría origen a la ciudad de ese nombre y que todavía existe en la orilla sur del arroyo precisamente donde lo cruza la línea férrea. El incansable Ortega salió con ordenes de expedicionar por la contra costa, bordear el estero y reunirse con el buque anclado que suponía el San Carlos o el San José.

Ortega cumplió sus ordenes y alcanzó a llegar a otro enorme estero que se adentraba todavía más tierra adentro y que daba a otra bahía. Informó a su superior que los indios no le permitían pasar, que quemaban el chaparral y los pastos haciendo imposible el paso. El barco en cuestión no había sido avistado en la enorme extensión de la bahía. Portolá convocó una nueva junta de guerra y fue la expresión unánime de los participantes que debían volver a Punta Pinos y continuar la búsqueda del "famoso puerto" de Monterey.(36)

El regreso a San Diego

El 27 de noviembre de 1769 Portolá y su gente acampaban frente a la Punta Pinos junto a una pequeña laguna de aguas turbias. La caza había sido abundante en el viaje desde San Francisco pero al día siguiente se adentraron más al sur y fueron a acampar en las márgenes del río Carmelo donde había agua fresca y buena leña. Desde allí salió otra vez Ortega con su piquete a explorar hacia el sur. La posibilidad de que no hubieran encontrado el mentado Monterey en algún recoveco de las Santa Lucía no podía desestimarse. Pero Ortega no encontró nada y volvió a los pocos días.

Las descripciones del puerto que traían los libros de Costansó sencillamente no calzaban. No existían las lagunas profundas, el río caudaloso, los indígenas amistosos que cultivaban el algodón y el lino y el puerto, abierto a tres de los cuatro cuadrantes no era un surgidero de confiar. Encarando esta dificultad, más el hecho de que las provisiones se hallaban ya casi exhaustas, Portolá convocó otra junta de guerra. Expuso sus puntos y dio a los participantes hasta el día siguiente para responder o sugerir soluciones. No faltaron quienes aconsejaron permanecer allí hasta que se acabaran las provisiones, otros en repetir lo que se había hecho en San Diego, dejar a algunos y volver con el resto. Portolá que temía que la nieve le cerrara los pasos de la montaña decidió retornar a San Diego cuanto antes. Quedaban apenas 14 costales de harina. Para satisfacer el hambre se carneó una mula pero la carne resultó dura y fibrosa y sólo los catalanes y los indios la comieron. Una semana más tarde todos comerían carne de mula.

Se erigieron dos cruces a cuyos pies se enterraron botellas con cartas de instrucciones en caso que uno de los paquebotes llegara a encontrarlos. Siguiendo otra vez el valle del río Salinas avanzaron hacia el sur cazando aves acuáticas y consumiendo periódicamente carne de mula. Conociendo el terreno, cruzaron las montañas al final del valle y entraron en los dominios de los canaleños donde los alimentos abundaban. Por primera vez había más comida de lo que podían consumir. La salud de la gente mejoró y ya con más vigor, continuaron el viaje hacia San Diego donde llegaron el 24 de enero de 1770, oliendo a mula, animal que había sido la base de su sustento, según el padre Crespí.

La expedición de Portolá debe considerarse como exitosa. Si bien no reconocieron el puerto de Monterey puesto que a nadie se le ocurrió que Vizcaíno hubiese falseado de tal manera la descripción, habían descubierto San Francisco, abierto una ruta hacia el norte, reconocido y explorado terrenos fértiles y encontrado indios amistosos y con grandes provisiones de alimentos. Hasta un par de mulas que lastimadas y flacas dejaron a cuidado de los canaleños, fueron recogidas fuertes, robustas y en buena salud en el viaje de regreso. Portolá debía encarar ahora los serios problemas de la incipiente misión y el campamento militar que había dejado en San Diego.

La difícil situación en San Diego

Portolá llegaba a San Diego cansado, oliendo a mula y desilusionado de su fracaso al no haber encontrado el puerto de Monterey. La situación en San Diego iba a empeorar su estado de ánimo.

En primer lugar el hambre amenazaba a la pequeña colonia. El San José no había aparecido ni había sido divisado durante el viaje al sur a lo largo de la costa. Ya sospecharía el gobernador que el buque se había perdido y que no volvería a aparecer en San Diego ni en ninguna parte. Se lo había tragado el mar con todas sus valiosas provisiones y refuerzos. El San Antonio no volvía todavía y las provisiones estaban agotándose rápidamente.

Serra le informó de los graves sucesos que habían ocurrido durante su ausencia. Serra había hecho construir una capilla de ramas y palos, la había techado con tule, especie de fajina de plantas acuáticas locales, estableciendo así la primera misión de California: San Diego de Alcalá.

Podría decirse que fue también el comienzo del primer presidio de California pues los miserables ranchitos o jacales servían un doble propósito, albergue para misioneros y soldados. Tanto Costansó como Fages se refieren al campamento como "el real", expresión que significa el lugar donde se encontraba acampado el ejército, pero pronto se establecieron algunas construcciones permanentes y se construyó una empalizada. El misionero trató por todos los medios de atraerse a los indios. Les regaló cuentas de vidrios, telas y otros artículos traídos con este objeto. Pero a medida que fueron ganando confianza los aborígenes lejos de retribuir la amistad, se mostraron más y más insistentes, exigiendo regalos e interfiriendo en todas las actividades de los colonizadores. Se acercaban a los enfermos durante la noche y trataban de obtener algo ya sea rogando y pidiendo o simplemente robando. Observaban cuidadosamente los entierros de los muertos por la enfermedad y al mismo tiempo comprendían que la guarnición disminuía día a día por efectos del escorbuto o la infección. Pronto trataron de abordar el San Carlos acercándose en balsas. Vila tuvo que pedir a dos soldados que se fueran a vivir abordo para proteger el buque, especialmente las velas pues al parecer toda clase de tela era lo que más interesaba a los indios. Si algún misionero se alejaba de la misión, hubo de hacerse acompañar por una escolta de dos soldados, incluso para ir a decir misa abordo. Según el padre Serra, en por lo menos dos ocasiones, habían los indios demostrado actitudes beligerantes.

El 15 de agosto, fiesta de la Asunción, al ver que cuatro soldados se dirigían a la playa para relevar la guardia y acompañar al padre Fernando, los indios atacaron sorpresivamente tratando de robar las frazadas que cubrían a los heridos y con la obvia intención de acabar con todos los invasores. Cuatro soldados de cuera que estaban con los heridos, tomaron inmediatamente las armas y se trenzaron en una batalla campal contra los atacantes. Un sirviente de Serra, muchacho de Guadalajara fue alcanzado por una flecha y expiró a los pies del sacerdote pocos minutos después de que éste le diera la absolución. Serra, quien es la fuente principal en este incidente, no nos dice el número de indios muertos, pero Fages dice que fueron tres y los heridos muchos, dos de los cuales fallecieron días después.(37)

Además del sirviente muerto, José María Vergerano, el padre Vizcaíno había sido herido en una mano casi al mismo momento en que fue herido de muerte Vergerano. El herrero Chacón cuyo comportamiento fue ejemplar ya que luchaba sin la protección de la cuera y un indio cristiano quedaron heridos. Un soldado resultó levemente herido. Los tres sacerdotes tenían ya bastante que hacer con el cuidado de los enfermos y ahora tenían que cuidar a nuevos pacientes: víctimas del ataque indígena.

Los soldados construyeron una empalizada alrededor de las chozas y ramadas poniendo guardias permanentes de manera que ningún indio entrara en el recinto. Así habían logrado mantenerse, en constante amenaza y protegidos por una fuerza que si bien era superior en armas, era muy inferior en número. El regreso de Portolá el 24 de enero de 1770 con sus 64 hombres venía a resolver la amenaza del indio pero no la del hambre.

Dos semanas más tarde, Portolá ordenó al capitán Rivera que regresara a Velicatá con una partida de 20 soldados, dos arrieros, dos indios, ochenta mulas y diez caballos. Rivera debía retornar con el ganado que habían dejado allí y con todas las provisiones posibles. Se lograba con esto aliviar en parte el número de bocas que había que alimentar y dar esperanza a los que quedaban. Mientras tanto, se intensificó la cacería de aves, ciervos y berrendos y se cambió a los indios ropa por aves y pescado.

No se conoce exactamente la actitud de Portolá. Vila y Serra creían que había encontrado Monterey y que no lo había reconocido. Crespí avanzó la teoría que tal vez habría sido cubierto por las dunas de arena que habían observado. Después de tantos sufrimientos era inconcebible que quisiera abandonar la empresa, pero la estación estaba avanzada y los refuerzos no llegaban. ¿Eran éstos "más que hombres" como los de Valdivia? Serra tampoco quería abandonar su misión.(38)

Pero al final tuvieron ambos que ceder y se decidió que si no se les socorría antes del día de San José, el 19 de marzo, tendrían que iniciar el regreso pues de lo contrario perecerían todos de hambre.

Serra inició una novena que terminaría el día de San José. Los soldados sólo pensaban en regresar. Serra y Crespí estaban dispuestos a quedarse, entre los indios si fuera necesario, para mantener la misión.

Rivera y su gente fueron atacados por los indios en el camino, pero se defendieron con energía y lograron mantener su caballada. En el último ataque sus soldados mataron a dos indios y lograron ahuyentar el resto que no les dio ya molestias. Llegaba el 25 de Febrero de 1770 a Velicatá. Entregó las cartas que llevaba a padre Palou y se dedicó por entero a juntar las provisiones para auxiliar a su comandante en San Diego.

Mientras tanto, Juan Pérez con el Príncipe o San Antonio como también se le conocía, llegó en una excelente travesía de 20 días a San Blas. Había perdido gran parte de su tripulación pero comparado con los cincuenta y tantos días que había durado el viaje de ida y los ciento y más que había tardado el San Carlos el retorno había sido un triunfo. Inmediatamente se despacharon las cartas al Virrey en México y al visitador Gálvez que se encontraba en el interior. Pérez recogió provisiones en San Blas, cargó su bergantín y una vez que hubo reclutado marineros, zarpó en demanda de Monterey adonde se le indicaba que debía dirigirse para auxiliar a Portolá que debería encontrarse en el famoso puerto.

Fue así como el día en que vencía el plazo y ya cuando el sol rielaba sobre las olas, los esperanzados franciscanos que no perdían la fe en el patrono de la expedición, divisaron una vela en el horizonte. Había ocurrido el milagro que esperaban. Portolá decidió suspender sus planes de regreso y esperó pacientemente por cuatro días más, cuando el San Antonio dio fondo en la bahía a la cuadra del San Carlos.

Pérez informó que no había podido cumplir con sus ordenes de dirigirse directamente a Monterey. Los vientos lo llevaron entre las islas del archipiélago de Santa Barbara y frente a Punta Concepción perdió un ancla. Durante la navegación en esa zona fue abordado por los canoínos que le informaron del regreso al sur de la expedición de Portolá. Considerando prudente recoger un ancla del San Carlos y presumiendo que la información de los indígenas era valedera, decidió recalar en San Diego. Allí pudo entregar la correspondencia que llevaba para el gobernador, cartas de Gálvez y de Croix repitiendo las instrucciones de poblar Monterey.

Varios historiadores han tratado de elevar la figura del padre Serra afirmando en sus escritos que Portolá quería abandonar la expedición y regresar a Baja California y que sólo ante la insistencia del sacerdote, Portolá cambió de parecer. De esta forma, Serra salvó a California.(39)

El padre Serra no necesita de que se le añada la gloria de haber "salvado" a California. Bastante tiene ya con su labor misionera. Portolá era un oficial de dragones experimentado que sabía cumplir sus ordenes y tomar sus decisiones cuando las instrucciones no alcanzaban a cubrir las situaciones inesperadas. Gálvez no le habría encomendada la responsabilidad de la expedición si no hubiera conocido sus excelentes cualidades.

Fundación de Monterey

Portolá impartió nuevas ordenes al capitán Pérez. Debería dirigirse a Monterey y esperarlo frente a la Punta Pinos. Si el lugar no ofrecía la protección necesaria para fondeadero, buscarían otro puerto con mejores condiciones para fundar allí el presidio y la misión. Se le dieron también instrucciones de que antes de anclar en Monterey, debería explorar el estero descubierto por el sargento Ortega y luego seguir la costa hasta Monterey. Se embarcaron en el San Antonio el padre Serra, el cirujano Prat y el alférez Costansó que ya había estado en Monterey el año anterior. El buque se hacía a la mar el 16 de abril de 1770.

El gobernador organizó una expedición más pequeña que la anterior confiando en que Pérez lo esperaría en Monterey con todos los recursos para fundar la misión y el presidio. Por otro parte, le quedaba poca gente ya que como se recordará veinte de sus soldados de cuera habían regresado a Velicatá con Rivera. Dejó al eficiente Ortega a cargo de la custodia de San Diego con ocho soldados y algunos indios cristianos. El día 17 salía para Monterey. Lo acompañaban el Padre Crespí y el teniente Fages. La tropa se componía de doce voluntarios catalanes y ocho soldados de cuera. Dos arrieros y cinco indios cristianos ayudaban con la caballada.

El viaje al norte no ofreció dificultades. Conociendo la ruta, los lugares de refresco y descanso, tomaron el valle del río Salinas cuanto antes y fueron a desembocar a Monterey cinco semanas más tarde el 24 de Mayo de 1770. El único incidente que merece mencionarse fue que en al cruzar la Sierra de Santa Lucía recuperaron a un indio cristiano que había desertado en el viaje anterior.

La cruz que habían plantado estaba todavía en pie pero había sido venerada por los indios que la rodearon y adornaron con flechas, plumas, conchas de mariscos y otras cosas que consideraban de valor. Cuando pudieron comunicarse con los indios éstos contaron que la milagrosa cruz irradiaba luz en las noches y en una ocasión se había alargado hasta los cielos. Dice Bancroft que esa misma tarde, mientras caminaban Portolá, Crespí y Fages por la playa, los tres dijeron en acuerdo: "Este es el puerto de Monterey que buscábamos, tal como lo describen Cabrero Bueno y Vizcaíno." Ahora la bahía les parecía, "redonda como una O". Pero aunque su actitud hacia el puerto había cambiado, Monterey seguía siendo el mismo que habían visitado el año anterior. La falta de agua que se suponía abundante, los obligó a acampar junto al río Carmelo.

Mientras tanto, Pérez al mando del San Antonio o Príncipe y con Serra abordo, había tenido un viaje exitoso no sin estar exento de vicisitudes. Para empezar el viento los llevó hacia el sur hasta los 30. Rumbeando al norte sortearon las islas de Santa Barbara y fueron a dar a la ensenada de los Farellones. Avistaron la entrada del gran estero, el actual Golden Gate, pero probablemente debido al atraso que traían y la urgencia de reunirse con Portolá, no intentaron entrar al puerto y hacer un examen detenido. El 31 de mayo aparecía frente a Punta Pinos. Se encendieron fogatas en la playa para guiarlos durante la noche y al día siguiente amaneció fondeado usando como guía las instrucciones de Cabrera Bueno.

El primero de Junio se trasladaba el campamento a Monterey. Se buscaron y encontraron las vertientes en una quebrada y se identificó claramente "la grande encina que con algunas de sus ramas llegaba a la mar" que describía Torquemada, bajo cuya sombra se había celebrado la santa misa en 1602. El 3 de Junio, fiesta de Pentecostés de 1770 se procedía a fundar oficialmente la misión y el presidio de Monterey. No ha quedado en claro si Serra eligió el mismo lugar bajo la encina o si junto a él se levantó una ramada. Pero si sabemos que se colgaron las campanas, se las hizo tañir, y el padre Serra pudo celebrar una solmene misa para luego cantar un Te Deum. Terminada la santa misa, Portolá celebró las ceremonias en que tomaba posesión en nombre del Rey, Don Carlos III, a tiempo que se descargaban los mosquetes y las piezas de artillería. Todo
quedó apropiadamente grabado en un acto de fundación. Probablemente oficiales, frailes, soldados y sirvientes consumieron un substancioso almuerzo con lo mejor que había en los pañoles del Príncipe aunque el consumo de vino debe haber sido limitado pues se trataba de guardarlo para el oficio divino.

Al día siguiente se procedió a comenzar las obras de misión y presidio que al comienzo se combinarían en un sólo grupo de edificios. Costansó estudió y planeó la plaza principal. Hizo cortar los árboles y limpiar el lugar de arbustos. Se construyó una empalizada para proteger la clausura y se procedió a levantar las primeras chozas. Se usó el sistema que se había usado en el resto de América. Primero se levantaban los cuatro o más postes, colocándose uno en cada esquina del edificio. Luego se clavaban o amarraban palos transversales a los que se unían clavando o amarrando verticalmente otras ramas o palos lo más apretadamente posible. Terminado este ensamblaje, se cubrían las rústicas paredes con barro apisonado con paja seca de "zacate" pues no había de trigo. El techo era de tule. Es probable que el primer día no se haya pasado de plantar los postes, pero al día siguiente Fages daba orden de construir dos bodegas. Para esto se talaron algunos árboles de pino (pinus radiata) de 3 ó 4 varas de largo.(40)

En esos días se cortaron los primeros adobes y se empezó la construcción de un horno para ladrillos y para una calera.

Aunque la labor de construcción progresaba con rapidez, no fue posible celebrar en la iglesia la fiesta de Corpus Christi. Tuvieron los soldados que erigir una especie de carpa dentro del galpón inconcluso adornándolo con las banderas que se trajeron de abordo. Dice Fages que un mes más tarde ya había una plaza de armas de 50 varas de largo por 50 de ancho y la empalizada protegía una capilla, un galpón, cuadras para los soldados y aposentos para los padres. Completaban el establecimiento una santabárbara para la pólvora y una casucha para los sirvientes. Serra dice que todavía tenía que pernoctar en el Príncipe pues no había aposentos adecuados en tierra. En sólo 30 días se había logrado construir edificio que si bien no eran de gran comodidad, podían por lo menos, proteger a sus ocupantes contra los elementos. Moliendo y tostando conchas de moluscos se logró obtener una cal con que blanquear las paredes de barro de los edificios principales. Es posible que algunos edificios tuvieran techos de madera cubiertos con barro, pero en su mayoría se les techó con tule. No había vidrios y las ventanas primitivas tenían que cerrarse con postigos de madera. Costansó dejó un mapa muy primitivo del proyecto que no alcanzó a ver completo pues se embarcó de vuelta a San Blas antes de que se concluyera.

En efecto, luego de despachar dos mensajeros por tierra comunicando a San Diego y a Loreto la ocupación de Monterey, el 9 de Julio Portolá, en cumplimiento de las ordenes de Gálvez, se embarcaba con Costansó en el San Antonio con la intención de recalar en San Diego para luego seguir a San Blas. Fages quedó al mando de Monterey con 19 soldados. El padre Serra quedaba a cargo de la misión de San Carlos con Crespí como su ayudante.(41)

Pero no fue posible recalar en Monterey y el San Antonio empujado por vientos favorables llegó a San Blas sin contratiempos.

Gaspar de Portolá

Portolá siguió a la ciudad de México donde fue colmado de distinciones en los festejos con que se celebraron en la capital del Virreinato la incorporación de la Alta California. Por lo pronto, se le ascendió a Coronel de Dragones y solicitó su traslado al Regimiento de Numancia lo que le fue prontamente otorgado. En 1776, Carlos IV le nombra gobernador de la ciudad de Puebla y regresa México. Después de haber ascendido a coronel solicita otra vez su regreso a España, otra vez al regimiento de Numancia. Finalmente, es nombrado Teniente del Rey de la plaza y castillos de la ciudad de Lérida, su ciudad natal. Allí otorgó su testamento en Mayo de 1786, ordenando a sus albaceas que dispongan de su fortuna, que al parecer era considerable, "conforme las parezca conveniente, aplicándolo en destinos píos, o convenientes a la utilidad pública que sea de su agrado". Falleció poco después. A juicio de su biógrafo " su permanencia en América le ganó la dignidad y el honor de figurar en el frontispicio de los héroes conquistadores de la España inmortal."(42)

FUENTES ORIGINALES PARA EL CAPITULO 2

Costansó, Miguel de, Diario Histórico, original en la biblioteca Sutro de San Francisco. Editado en México en 1950 por Ediciones Chimalistac y traducido como "Diary of Miguel Costansó" por Frederick Teggert en Publications of the Academy of Pacific Coast History, Vol. II, 1911, p. 161-327.

Fages, Pedro, Breve descripción histórica política y natural de la Alta California, 1770-1774, México, 1973

"Narrative of the Portolá Expedition 1769-1700" por Adolf Van Hemmert-Engeert y Frewderick J., Teggart en Publications of the Academy of Pacific Coast History, Vol. I, 1910, p. 91-159.

Gálvez, José de "Instrucciones que ha de observar el teniente de infantería Pedro Fages, 5 de enero de 1769." Provincial State Papers: i. 38.9 Manuscritos de los Archivos españoles de California.

"Instrucciones que ha de observar D. Vicente Vila, capitán del San Carlos", microfilm, Bancroft Library.

"Escritos sueltos del Visitador General, 1768-70" microfilm, Bancroft Library.

Portolá, Gaspar, "Diario del viage que haze por tierra, etc." traducido por Donald E. Smith y Frederick J. Teggert, en Publications of the Academy of Pacific Coast History, Vol. III, 1909, p. 31-89.

Palou, Francisco, Noticias de la Nueva California, México 1957, 4 Volúmenes. Traducido por Herbert E. Bolton, Berkeley: University of California, 1926, 4 Volúmenes.

Serra, Junípero y Crespí, Juan, "Diarios del P. Junipero Serra i fr Juan Crespí" antiguo volumen que contiene ambos diarios en el AGN, México.

Vila, Vicente, "Diario de navegación del Paquebote de S.M. nombrado el San Carlos, etc.", traducido al inglés por Robert Seldom Rose, Publications of the Academy of Pacific Coast History, Vol. II (1911) p. 1-119.

NOTAS

1. Mathes, Californiana, Vol. I, cita las comunicaciones de Montesclaros al Rey.

2. Archer, Christian L. El ejército en el México borbónico, México,1977

3. Martin, Norman, S.J. La desnudez en la Nueva España, Mexico, 1958

4. Madariaga, Salvador de, El augue y el ocaso del imperio español en América, Madrid, 1977, p. 148

5. Madariaga, Op. Cit. p. 139

6. Citado por Weber, Spanish Frontier, p. 239.

7. Cook, Flood Tide, p. 17

8. Veáse el excelente artículo de Michael Mathes sobre éstas y otras narraciones:"Apocryphal Tales of the Island of California and the Strait of Anián",California History, Vol. LXII:1.

9. Citado por Pourade, Richard F. History of San Diego, The Explorers, 1960, p. 75

10. Moorhead, Max L., The Presidio, Norman, 1975, p.22

11. Pourrade, San Diego, Explorers, , p. 98

12 .Bancroft, California I, p. 115

13. Weber en Spanish Frontier, p. 239, dice que Galvez había enviado un correo a España en mayo de 1767 pidiendo la autorización real para ocupar Monterey y un año más tarde había salido de México con la intención de llegar a Monterey.

14 . Priestly, José de Gálvez, pp. 238-240

15. Bancroft, California I, p. 120

16. El acta de esta Junta se encuentra traducida al inglés por Douglas S. Watson y Thomas Workman Temple en The Spanish Occupation of California, San Francisco, 1934.

17. Albi, La Defensa de las Indias, p. 85

18. Sánchez, Joseph P. Spanish Bluecoats, p. 9

19. Velasquez, María del Carmen, El estado de la guerra en la Nueva España, México, 1950, p. 116

20. Dice Constansó:"Componiase esta Tropa de quarenta Hombres de la Compañía de California, á que se juntaron otros treinta Indios voluntarios de las Misiones, armados de arcos, y flechas."

21. Constansó la describe: "La Adarga es de dos hazes de cuero de Toro crudo, se maneja con el brazo izquierdo, y desvían con ella las jaras o flechas, defendiéndose el Ginete a sí y a su Caballo." Diario, p. 44

22. Velazquez, Establecimiento y pérdida del septentrión, p.176, dice que se habían prohibido las estriberas. Esta regla al parecer, no se cumplió en la Baja ni Alta California.

23. Moorhead, Presidio, p. 191. Todas las observaciones de este autor con respecto al equipo del soldado de cuera, son aplicables a California.

24. Ibid. p. 200

25. Crespí, Diario

26. Constansó,Diario, p. 34

27. El Diario de Costansó es un importantísimo documento. Se ha publicado en México como Diario Histórico de los viajes de mar y tierra hechos al norte de la California, México: Ediciones Chimalistac, 1950. Ha sido traducido al inglés y publicado en San Francisco como la segunda parte de The Spanish Occupation of California, 1934.

28. Serra a Palou, Julio 3, 1769, explica las razones del desastrozo viaje marítimo. Archivo de la Misión de Santa Barbara, documento # 48

29. Carner-Ribalta, Joseph, Els catalans e la descoverta y colonizació de California, Seguit del "Diari Històric" de Gaspar de Portolà, México, 1947.

30. Constansó en Diario, p. 44, no menciona la avanzada de Ortega en el orden de marcha.

31. Portolá, Diario, p. 44

32. Formaba parte de este grupo un soldado llamado Camacho, probablemente, José Antonio. Se distinguió por sus ultrajes a las indias, de tal manera que las mujeres llamaban "Camacho" a todos los soldados, preguntaban donde estaban y huían de ellos. Dice el padre Font, años más tarde que las indias de la región se escondían en sus chozas diciendo que venía "Camacho".

33. Fages,Alta California, p. 73

34. Costansó llevaba en su equipaje dos libros que describían Monterey, incluso con un plano. Se trataba de un manual de navegación , compilado por José Gonzáles Cabrera Bueno, impreso en Manila en 1734 y que contenía la descripción del padre Torquemada que viajaba con Vizcaíno en 1602-3. El otro era La noticia de California de Venegas.

35. Debe quedar en claro que Cabrillo, Cermeño y Vizcaíno no habían divisado la entrada al puerto natural de San Francisco, hoy conocida como Golden Gate. Se había denominado "San Francisco" a la ensenada que estaba inmediatamente al sur de la Punta de los Reyes y "Ensenada de los Farellones" al golfo frente al Golden Gate.

36. La palabra "estero" que se usó por muchos años para indicar la entrada al puerto natural de San Francisco indica el terreno inmediato a una ría por el cual se extienden las mareas. Su designación era la correcta aunque se tratara de uno de los esteros más grandes del mundo.

37. Fages, Alta California, p. 40

38. Serra a Palou, Febrero 10, 1770, indica que está decidido a quedarse a pesar de que se corre peligro de muerte por la actitud de los indios. Archivo Santa Barbara, # 52.

39. Véase por ejemplo, The Grey Ox por el entonces arzobispo de Los Angeles, Timothy Manning, quién en la página 23 dice:" Portolá había decidido abandonar el proyecto y regresar a México con sus hombres y misioneros.Pero no había considerado a Serra."

40. Este pino radiata o pino de Monterrey se convertiría con el tiempo en uno de los mejores árboles para maderas blandas. Ejemplares seleccionados que crecían altos, esbeltos y con un tronco firme fueron exportados a diferentes lugares y sus retoños crecen hoy en todo el mundo.

41. En México se publicó Estracto de Noticias del Puerto de Monterrey, de la mission y presidio establecido en él con la denominación de San Carlos, y del sucesso de las dos expediciones de Mar, y Tierra que a esse fin se despacharon el año proximo anterior de 1769, Imprenta del Superior , 16 de agosto de 1776, cuatro hojas que contienen una narración de la expedición y fundación. Edición facsímil en George P. Hammond, Noticias de California, San Francisco, 1958. Las cartas y documentos relativos a las cuentas de la expedición de Portolá, se encuentran en AGN, Marina, Vol. 32-A, fojas 24-72.

42. Boneu, Portolá, p. 27

 
Prólogo Expediciones marítimas La expedición fundadora Primer Gobierno de Fages Felipe de Neve y su gobierno
Segundo Gobierno de Fages Gobiernos de Romeu y Arrillaga Los intentos de colonizar el noroeste Gobierno de Borica La primera década del siglo diecinueve
Los rusos ¡Ah, Independencia! Gobierno de Solá El año de los Insurgentes Los últimos años de gobierno español Bibliografía

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